viernes, 28 de febrero de 2014

“DOÑA TRINIDAD BELTRAN MARTINEZ...DESCENDIENTE DE LOS FUNDADORES DEL BARRIO EL CHOYAL... Y SUS GRATOS RECUERDOS”.


·        DOÑA TRINI TRABAJO ACTIVAMENTE PARA LA FUNDACION DEL SANTUARIO DE GUADALUPE, JUNTO DON DÑA RAFAELA VERDUGO DE GONZALEZ, TERESA BENOIT Y MUCHOS MAS.
·        SU ABUELO, DON SANTOS BELTRAN, ASI COMO LOS MAESTROS DE ALBAÑINL, CAMPOS, Y DON LIBRADO GAUME CONSTRUYERON LA CHIMENEA DEL TRIUNFO....UN PUÑADO DE ORO EN UN MOÑO COLORADO LES PAGABAN A LA SEMANA.
·        SU ABUELA REFUGIO MARTINEZ, Y TATARABUELO, ANTONIO MARTINEZ, ERAN LEGITIMOS CALIFORNIOS...ORGULLOSAMENTE INDIOS PERICUES.
·        NACIO A LA VIDA ETERNA EL PASADO 20 DE FEBRERO DE ESTE AÑO.

        Eran los felices tiempos aquellos de La Paz de antaño en el barrio El Choyal...la casita de mis abuelos construida de adobe, troncos y techumbre de palma, se perdía en aquella inmensidad del monte, entre cardonales, mezquitales, palos verdes y choyales, entre otra vegetación...era la primera vivienda, la fundadora de ese popular barrio, la de la familia Beltrán Martínez... El Choyal le puso mi abuela al ranchito cuando llegó a él porque había mucha choya seca, y no se batallaba por la leña, dijo recordando con añoranza, la encantadora muchacha antigua, de plateados cabellos y sonreído rostro como las margaritas, Doña Trinidad Beltrán Martínez.

         En aquella casita donde se respetaba la ley de Dios, crecer y multiplicad, continuó diciendo con nostalgia Doña Trini, casita de gratos recuerdos donde nacieron sus padres, Natividad Martínez Acevedo y Abraham Beltrán Martínez, descendientes del indio pericú, eso decían los mayores con gran orgullo y donde nació ella un Dos de junio de 1916 además de nueve hermanos: Ubaldo, Abraham, Santos, Juan, Francisca, Juanita, Rosa María, Jesús y Elena. Ella y sus hermanos fueron los niños más felices de la tierra, por lo menos de ese barrio El Choyal, donde crecieron tan sanos, educados bajo las normas y costumbres más estrictas de la época, ante la mirada y la protección de sus abuelos.

         ¡Pero cómo no recordar a  la abuela si era tan bondadosa y cocinaba tan sano y sabroso!, ahora, dice Doña Trini, pura chatarra se come por eso hay tantas enfermedades. Viene a mi mente, dijo, aquel techado arropado de humo, y aquellas hornillas de lumbreantes tizones y cazuelas de barro las que mi abuela hacía, repletas con aromáticos guisados. Una de las costumbres en casa, y en toda La Paz era para el almuerzo el cocido de huesos de res con todos su menesteres el que no debía de faltar en casa; o eran albóndigas, o era caldo de pescado, ¡y que caldo de pescado señores!, cortado el pescado en tronchos con cabeza, carne y huesos y hasta los azotillos le echaban...el caldo de chopa oreada, era especial; el de liza, pues no se diga, y si no, de perdida, se hacía el caldo de pargo colorado o mulato, mero, estacuda, garropa, o robalo, y las albóndigas se hacían de pescado especial para eso, o de carne de res, pulpa negra tenía que ser, o si no había más se hacían de liebre o de venado; pero en el almuerzo no debía de faltar en aquellas hornillas las grandes cazuelas de barro con el hirviente caldo, era la comida del pobre...ahora, difícilmente se come cocido porque sale muy caro cocinarlo, además de que algunas personas ni lo conocen; dijo con tristeza Doña Trini, añadiendo que ahora algunas personas ya ni cenan porque engordan.

         Su abuelita, dice, para la cena hacía aquellas inolvidables “michas”, para todo aquel muchachero comelón. Era tan sabrosa la micha por cierto. Molía el nixtamal en el metate, hacía una gruesa y gran torta con la masa, la que amasaba con manteca de res, canela y panocha, luego la ponía en el comal y la tapaban con una cazuela de barro para que no se saliera el vapor, ¡Que hornos ni que nada!, quedaba un pastel muy rico, esponjadito que hasta lo sonaba con sus morenas manos como un tambor y decía “Ya está”, les daban de cena. Les daban una rebanada de aquella micha, un plato de frijoles caldudos o refritos bañado de queso raspado o en trozos, como quisieran, y un vaso de te limón o damiana, y quedaban tan llenos que hasta se les podía tronar un piojo en la barriga.

         Recordar a la venerable abuelita es muy grato dice Doña Trini... ¡cómo le gustaba que le peinara sus largos y negros cabellos así como a sus hermanas!, se formaban en fila india con los cabellos destrenzados, junto al perchero donde estaban encajados en la cola de caballo los destramadores y peines piojeros; y colgadas las correas de gamuzas y los coloridos moños; les embarraba el cabello con aromática brillantina que ella misma preparaba con tuétanos de res, y pétalos de flores, mientras les contaba lo orgullosa que estaba de ser descendiente de indios californios, del rebelde pericú, concretamente, sus costumbres y sufrimientos, y sus demás hermanos partían chuniques en el patio donde en camastros sobre lonas se pasaban los tendales de dátiles al sol. El trenzado les duraba por varios días, de lo bien peinadas que quedaban y las vestían como lo que eran, como niñas con vestidos largos con bolsitas y moños, ahora a las niñas las visten como adultas.

         Otro de los bellos recuerdos de Doña Trini es cuando se iban a  tomar el retrato familiar, eso era muy importante; era todo un rito ¡había un alboroto en casa!, sacaban de los arcones las mejores ropas, las que guardaban celosamente con bolitas aromáticas para ocasiones especiales y sus tías mayores y abuelita peleaban las alpargatas de gamuza y de mezclilla, para tal ocasión, y su padre se ponía su sombrero de pelo y hasta se quitaba las antiparras, porque tenían que salir muy arreglados en el retrato...se miraban tan bonitos todos así vestidos que a sus ojos de niñas le parecían como gente muy acomodada y claro que no lo eran, pero sí de muy buenas costumbres.

         Los tiempos han cambiado mucho, dice Doña Trini...al paso  del tiempo, en el barrio El Choyal se fueron asentando otras familias...una casita aquí, otra casita más allá y así fue creciendo hasta lo que ahora es, una gran familia sudcaliforniana....y la ciudad de La Paz llegaba hasta donde es ahora la gasolinera de Castro, y al otro ladito fue un panteón por donde  es ahora la papelería Agruel... la  gente le sacaba la vuelta, el pasar por ahí, porque decían que asustaban...continua recordando la muchacha de cabecita de lirios florecidos que fue a la primaria a la Escuela No. Cuatro, la que estaba donde fue el sobarso, o el tambo, y después fue un hospital antituberculoso, a ella le encantaba mirar a los enfermos para ayudarlos; como era pequeñita, todavía, se empinaba a pies juntillas, y colgándose por las rejas de las ventanas les hacía mandados comprándoles cigarros, pan y fósforos en la tiendita de Don Onésimo Cosío quien hacía un pan muy sabroso y tenía un llamativo sistema de dar el pilón a los niños mandaderos.

Don Onésimo dice, en una estante tenía frascos de vidrio pintados de diferentes colores con el nombre de cada niño mandadero y a cada compra que hacían, le iba poniendo un granito de maíz a su frasco hasta que se llenaba y el niño pedía un premio: a veces era un gran paquetón de pan, melcochas, alfeñiques, o un cucurucho de pinole, o un puño de panochas o galletas abetunadas que tanto gustaba a los niños. ¡Qué bonita era la niñez de antes!. Recuerda con cariño a su hermano Abraham Beltrán Martínez quien falleció un 22 de julio hace dos años, fue un gran hombre, fue de los mejores buzos de madreperlas, y de los fundadores de la CROM en 1924 que con su trabajo de la estiba dieron prestigio y bonanza al histórico muelle fiscal, el que fue el detonante de la economía en el antiguo territorio de Baja California Sur toda una época de oro en el comercio y la marina mercante...Abraham, dijo, fue un hombre de leyenda. ¡cómo le gustaba escuchar cuando les contaba tantas aventuras que vivió y cosas que le pasaron!, entre ellas que vio y escuchó el canto de las sirenas, dijo que, buceaba aquella vez en las profundidades del mar, cerca de San Juan de Ulloa, y que las corrientes marinas lo envolvían en un hermoso canto que lo embelesaba...no comprendía de donde procedía ese canto, ni que era lo que pasaba y como pudo emergió a la superficie y ante sus sorprendidos ojos estaban dos hermosas mujeres flotando en el agua con sus blancos y desnudos senos al aire libre y muy larga cabellera, y al verlo a él hicieron unas graciosas piruetas y se sumergieron levantando sus colas de pescado de la cadera para abajo, como pudo salió del mar, y contó lo que había visto pero nadie le creyó.


         En aquel tiempo, continúa diciendo Doña Trini que su padre se puso muy enfermo, ya estaba grande de edad avanzada, ¡y que susto se llevaron ella y su hermana Rosa cuando vieron a la llorona!, ella tenía quince años, era una noche de luna de aquellas de Octubre, serían como la una de la mañana, allá en el barrio El Choyal, las mandaron a la casa de enfrente, de la familia también, de María de Beltrán, a traer un sartén de brazas para atizar la olla del té y para calentar al enfermo, ya iban cruzando la calle, cuando les pasó casi rozando sus cabezas algo así como un envoltorio de sábanas blancas, que gritaban ¡mis  hijos, donde están mis hijos, denme a mis hijos!, y pues que hijos le íbamos a dar, si apenas teníamos 15 años...por allá aventaron el sartén con las brasas y de un salto estaban arriba del enfermo y un escándalo tenían y su papá con aquella calma les dijo “ay mijita si nomás es la llorona que anda buscando a sus hijos”, y luego les contaba la leyenda...pero que susto se llevaron....antes dijo recomendaban los mayores que no dejaran llorar los niños en la noche,  y ni la luz apagada porque se acercaba la llorona creyendo que eran sus hijos.

         ¡Cuánta tristeza sintió cuando murió su padre!, el no quiso que lo llevaran en la carroza, pidió que lo cargaran en hombros hasta el panteón en riguroso silencio, vestidos todos de negro, como era la costumbre, pero un llanto  llevaban todos caminando rumbo al panteón de los san juanes, recuerda que le echaron dentro de la casa las antiparras que tanto le gustaban, terminó diciendo Doña Trini, añadiendo que Dios es muy bondadoso con ella, que vive al amparo de sus dos hijas, Leonor y Dorita,  tres nietos y yernos, que son una bendición... y de La Paz, de aquella Paz tranquila, de romance  y de molinos de viento, y de tantas otras cosas bellas, hay mucho que recordar, dijo la encantadora Doña Trini, orgullosa de ser descendiente de indio pericú.


martes, 25 de febrero de 2014

LAS ZORRAS DE TODOS SANTOS


LA PAZ QUE SE PERDIO
POR MANUELITA LIZARRAGA


“LAS ZORRAS DE TODOS SANTOS”.


Inenarrable y raro caso lo que sucedió en Todos Santos no hace muchos añoS...fue muy sonado en La Paz y en todo el Estado de Baja California Sur, que algunos guardan en su memoria todavía.

Las luces del taxi conducido a prudente velocidad por Demetrio, rompían las tinieblas de aquella noche invernal, dejando atrás como sombras fantasmales el caserío dormido del paradisiaco poblado de Todos Santos, de exhuberantes y hermosas palmeras, perfumado a mango maduro, limoneros y brisa de mar. El taxista iba hundido en sus pensamientos...atenta la mirada escudriñando la distancia...ya iba llegando justo a la salida del hermoso Todos Santos, cuando sus ojos vieron frente al vehículo en la carretera a dos zorras peleándose....

Demetrio, por más esfuerzos que hizo por frenar a tiempo su vehículo no pudo evitarlo, ¡y atropelló a las zorras!...pasó sobre los animales, y él no comprendía lo que pasaba...lo que sentía bajo su vehículo al pasar sobre ellas, no correspondía a dos pequeños animales, sino a bulto más grande....detuvo su taxi a un lado de la carretera y pensó que les cortaría la colita a las zorritas para ponerle una al espejo del vehículo de su esposa y la otra colita para su taxi; decidido, lámpara en mano, bajó del carro y su sorpresa fue mayúscula, no podía dar crédito a lo que sus desorbitados ojos miraban...

¡Eran dos mujeres desnudas las que estaban tiradas incoscientes y no dos zorras!.... ¡Esto no puede ser!, decía incoherente llevando sus manos a las sienes... ¡pero si eran dos zorras las que atropellé!, la gente que empezó a llegar, claro que no le creyeron. Desde luego que intervinieron ambulancias y autoridades, y cuentan los que lo vieron que el forense que atendió a las encueradas determinó que el caso estaba muy raro, porque las lesiones no correspondían a golpes de vehículo, si no a arañazos, pero mientras eran peras o manzanas, al chofer lo llevaron al Ministerio Público, por lesiones y ataque peligroso. Lo de las zorras y de las mujeres desnudas, quedó en el misterio....fue un caso muy sonado en La Paz, que salió en los principales diarios en la década de los 90. quizás usted estimado lector escucho algo de esto y aun lo recuerda.

Una amiga muy estimada, me contó que ese día que salió la noticia en los periódicos de las zorras atropelladas y de las mujeres encueradas, ella no sabía nada del insólito caso y que fue a visitar a su hermana al hospital porque le hicieron una intervención quirúrgica; y que ella sorprendida le contó que le pareció muy raro que una perra muy grande, o algo así como loba, anduviera buscando salida entre los cuartos del hospital, que desesperada se metió a su cuarto olfateando su cama, y salió tronandole las tetas, unas con otras, que nunca iba a olvidar la mirada del animal.

Al rato, llega su hermano a la visita también y traía el periódico con la noticia de las zorras y las mujeres encueradas, y lo estaba leyendo su hermano, cuando iba entrando una enfermera y al escuchar el raro caso, contestó airada... “Eso no es posible, como pueden creer eso en pleno siglo XX?, de que alguién se pueda convertir en zorra?, ¡no es verdad!”. Y que una paciente que estaba en la cama siguiente de cabellos gueros, le contestó... “Si es posible, mi papá se convierte en León”, y la pobre enfermera casi se le cae el suero de sus manos... “Cómo está eso?, para que se tiene que convertir en león su papá?”, “Pues él dice”, dice la joven encamada, “que es mejor cuatro patas que dos, que más rápido para agarrar un venado o un chivito por ahí”.

“y yo he visto cómo mi padre se convierte en León”. Ya se ha de imaginar estimado lector cómo quedó la enfermera con este cuento, porque la muchacha dijo el señor del periódico, dio pelos y señales cómo le hacía su papá y salía hecho un rugiente animal. Pero eso, yo no lo voy a contar porque no quiero meterme en camisas de once varas. Lo cierto es que el chofer del taxi juraba que él atropelló a dos zorras peleándose y le resultaron dos mujeres encueradas...pero nadie le creyó y de todos modos lo sentenciaron.

viernes, 21 de febrero de 2014

DOMINGA G. DE AMAO...PERIODISTA Y ESCRITORA...FLOR DEL CAMPO PENINSULAR.



                        *Participación de Manuelita Lizárraga en la VII Jornada de Literatura Regional  organizada por la UABCS

            Aquella noche de plenilunio...20 de Febrero de 1912...en el pintoresco pobladito “El rinconcito”, junto al valle perdido, jurisdicción del Real de San Antonio Baja California Sur, el hogar del matrimonio formado por el ganadero Don Simón Wenceslao González y Antonia Morales Avilés, se cimbro con el llanto de la niña que nacía a la vida entre las morenas manos de la comadrona del pueblo...llanto, que como el alegre trinar del ruiseñor cantándole a la vida se confundió entre el eterno silbar de la alta chimenea del mineral del triunfo y los ruidos propios del mina “La Sin Rival” de las inmediaciones del valle perdido alegrando el corazón de sus padres y a la que por nombre pusieron DOMINGA.
            Álgidos tiempos revolucionarios y políticos se vivían en todo el país, y por consecuencia en el territorio peninsular...armadas perleras inundaban el mar...grandes vapores europeos fondeaban en la bahía en busca de las perlas del mejor oriente...los pueblos mineros, la ganadería y el comercio marítimo estaban en gran actividad...y en ese marco, entre sobresaltos y tiros de escopeta la amorosa madre mecía la cuna de cacaxtle que colgaba de las vigas del techo, arrullando tiernamente a la niña Dominga, que dentro de ella dormía. Ese año de 1912, el vicepresidente de la República Mexicana José María Pino Suarez visito La Paz. Dominga daba sus primeros pasos cuando en 1913, la nación mexicana se estremecía con la noticia del asesinato del presidente de México, Don Francisco I. Madero y del vicepresidente Pino Suarez, consternando a la población de La Paz originándose la revuelta entre Orteguistas y Federales.

            A temprana edad, Dominga dio muestra de su preclara inteligencia ante el regocijo de sus padres y su hermano Pedro...entre el polvo del valle perdido y la bruma del tiempo quedaron plasmadas las pequeñas huellas de Dominga, así como las voces y risas cantarinas de sus juegos infantiles que se las llevó el viento entre praderas, campos y serranías. En aquel marco de movimientos armados en la Península, la niña crecía... y así, se promulgó la Constitución de Nuestra carta Magna en 1917 contando Dominga apenas con  cinco añitos. Su padre, don Simón Wenceslao tenía la ilusión de que sus hijos tuvieran una mejor educación, por lo que les llevaba hasta su hogar personas preparadas para que les enseñaran; pero la fatalidad se ensañó en aquél hogar, y una fría tarde de invierno, el padre de Dominga falleció cuando ella aún era muy pequeña.

            Doña Antonia, su madre, mujer de temple y luchadora tuvo que hacerle frente a la vida y se trasladó a Cabo San Lucas en busca de trabajo y del amparo de su familia. En ese año de 1920, sucedió un hecho histórico en La Paz; por plebiscito, resultaba electo por el pueblo el primer gobernador, Don Agustín Arreola quien dio gran impulso a la educación y al desarrollo de Baja California Sur entre otros rubros; mientras que Dominga cursaba su primaria en Cabo San Lucas, lugar que le parecía tan bello a la niña, ya que la casa mas bonita, grande e importante de ese lugar de pescadores, era la de las “glorias”, propiedad de Don Julio Gómez, quien fue el inventor de licor de damiana; allí estaba una agencia de correo con sus diligencias tiradas por briosos corceles y en sus alforjas traían la correspondencia desde La Paz, lo que tardaban 15 días y llamaba la atención de la niña ya que era gran amiga de la familia Gómez Ritchie y sobre todo de las 9 niñas que don Julio tenía. Entre aquellos arroyos perfumados a damiana, orégano y brisa del mar, Dominga pasó su primera infancia en Cabo San Lucas jugando en las orillas de las playas con los lobos marinos y las focas, deleitando su mirada contemplativa con el avistamiento de ballenas, y sintiendo gran pesar cuando los japoneses las cazaban y arponeaban indiscriminadamente, así como saqueaban los mares de las especies mas finas y mataban el tiburón para comerciar con su aceite; pero también gozaba al ver pasar los grandes vapores rumbo a San José del Cabo donde cargaban mucho ganado, frutas, guacales de cacaxtle repletos de quesos, verduras y productos propios de la región. A la niña le encantaba disfrutar y sentarse en las vértebras de ballenas que acostumbraban los habitantes de Cabo San Lucas poner como bancos en las banquetas así como jugar en el hermoso médano y aquel barco quemado donde había cantidad de caguamitas, acompañándole en sus juegos infantiles sus inseparables amiguitas, Mercedes y Martha Ceseña.

            Doña Antonia, madre de Dominga y Pedro, preocupada por la educación y superación de sus hijos se trasladó a La Paz, la que le pareció a la niña muy hermosa, con su bahía de cristalinas aguas inundadas de embarcaciones de vapor y vela, así como de molinos de viento y huertos con arboles frutales  y donde Dominga continuó su primaria en la escuela 48, la que estaba ubicada en la casa de la familia Amao en Revolución y Juárez, siendo su maestra Lupita Avilés. Luego continuó estudiando en la escuela No. 2 y de las compañeras que recuerda, son a las hermanas Ruibal, Laura, Elena, María Luisa y Carmen quienes con gran entusiasmo estudiaban música como era la costumbre con el profesor Tereso Hernández. Hermosos recuerdos guarda Doña Dominga de la ameritada maestra Rosaura Zapata de quien fue muy amiga uniéndoles un gran cariño ya que impulso sus inquietudes artísticas, siendo Dominga integrantes de la estudiantina que se presento en el Teatro Juárez. La profesora Concepción Casillas Seguame, así como Soledad, su hermana, también fueron sus maestras. Dominga, desde temprana edad sentía inquietud por las letras, ya escribía versos a sus maestros y a su adorada madrecita en esa época, adoraba el libro “Aladino” que Rosaura Zapata le regaló enviándoselo desde la Ciudad de México ya que mantenía correspondencia constante y directa con la emérita maestra.

En aquella Paz tranquila y hermosa, de molinos de viento y de romance donde Todos sus habitantes eran como una familia, Dominga rodeada del cariño de su familia, maestros y amigos arribó a la edad de las ilusiones. Y el amor llego a su vida despertando aun mas el ruiseñor que llevaba en su corazón para cantarle a la vida, a su pueblo, a la juventud, a la niñez, al amor y las buenas costumbres a través de sus versos...ella recuerda que durante un viaje que realizo en compañía con su madre al “Boleo” en Santa Rosalía cuando estaba en todo su apogeo la extracción de cobre por compañías francesas Dominga Conoció a su primer y único amor transformando su vida, el joven ganadero Don Loreto Amao, quienes después de un bonito romance apegado a las buenas costumbres de la época se unieron en matrimonio en San Antonio, Baja California Sur, donde radico por muchos años hogar que Dios bendijo  con 4 hermosos retoños: Alba, Cesar, Otto y Loreto Hugo; empañando su felicidad la muerte del pequeño Cesar a la edad de 5 años. El inmenso amor a su esposo e hijos, y de forjar los valores vitales de la familia, nutre la sensibilidad y calidad humana de Dominga y surge en su alma la poesía interna fluyendo la inquietud por prepararse combinando sus deberes de virtuosa esposa y abnegada madre,  y estudia periodismo por correspondencia desde su hogar, coronando sus esfuerzos al recibir su credencial de periodista en 1961 otorgado por el Instituto de Capacitación del Periodista de la Ciudad de México.

            Como abnegada hija cuidó de su madrecita hasta su ancianidad cerrando sus ojos en el lecho del sueño eterno. Apoyada siempre moralmente por su esposo, con quien compartió su vida más de 60 años, y quien falleció casi a los 92.  Fue Dominga una dinámica periodista que sin recibir retribución alguna inundó los diarios de la época con sus colaboraciones informando a la comunidad oportunamente el diario acontecer, durante doce años. Estos fueron los medios en que ella colaboró: El Sudcaliforniano, La Voz del Sur, Tabloide, Guaycura y Nueva Era. En San Antonio dirigió el Instituto para la Infancia y la Familia. Dominga fue del entusiasta grupo Fundadores de la Asociación de Prensa y Radio en 1967, ampliando sus relaciones, colaborando en las revistas “Letras de California” (de Tijuana B.C.); “Palestra” y “California Gráfica”. Por su constancia y amor a las letras a Dominga G. De Amao en el año de 1987 las mujeres Profesionistas y de negocios le rinden un merecido homenaje en el Hotel Gran Baja, con la ceremonia de las “velas”, nombrándola “la mujer del año”, y otorgándole una constancia de reconocimiento. En el carnaval de 1992 doña Dominga es nombrada Valor Cultural del Año, lo que le dio gran satisfacción estimulándola a continuar escribiendo y cultivar ese natural arte dentro de su  alma; y fluye la escritora, cantándole a la vida, a su tierra, a la juventud, a la niñez y escribe aportando a la sociedad en general sus dedicaciones y las flores de su pensamiento en las obras literarias: “Madrigales y cuentos”; “Confidente”; “Añoranzas”, “Arcoíris”, “Íntimo”, “Ocasos”, “Colección de cuentos cortos para niños”, “Antología”, “Ramillete”, “Dedicación familiar”, “Raulito y su abuelo”, “Ensayo nuestras raíces”, y la edición penúltima publicada el 21 de enero de 1999 a sus 87 años de edad escrito a su tierra natal “San Antonio”; obras editadas sin el apoyo gubernamental con su propio esfuerzo y el de su familia brindándole gran satisfacción y justo orgullo que sus libros se leen en las bibliotecas de Monterrey y Ensenada así como de esta ciudad capital; libros que doña Dominga obsequia a sus familiares y amigos donde da a conocer sus pensamientos, sus versos, crónicas y relatos definiendo los sentimientos para que los suyos se unan en el ideal de vivir en  apego a sus raíces, respeto a la naturaleza y a un mejor mañana. En reconocimiento a sus méritos la Universidad Autónoma de Baja California Sur a través del Seminario de Investigación en literatura regional, que dirige dignamente el doctor Rubén sandoval, le rindieron un merecido homenaje en el mes de mayo de 1999, en la presentación  de la vii jornada de literatura regional que llevó el nombre de dominga g. de amao, y la que fue todo un éxito donde presentaron sus ponencias prestigiados escritores sudcalifornianos.

            En San Antonio Baja California Sur, la biblioteca lleva su nombre, DOMINGA G. DE AMAO,  como un homenaje al ruiseñor de aquella histórica tierra minera fundada por don Manuel de Ocio hace casi tres siglos. Por las empedradas callecitas de San Antonio existe la casita de adobe pintada de blanco arropada de perfumadas enredaderas donde felizmente vivió doña Dominga G. De Amao con su esposo e hijos y fue fuente de inspiración desde donde, cual ruiseñor, le cantaba a la vida a través de su escritura y de sus versos...en aquellas paredes de adobe quedaron plasmadas de voces y recuerdos de doña Dominga, quien fue fuente de inspiración del ameritado maestros Néstor Agúndez Martínez dedicándole en su libro “huellas de nuestro tiempo” editado en 1977 en el capitulo 5 “la voz del paisaje, un verso titulado “desde la cuesta”, a la estimada poetisa y amiga doña Dominga G. De Amao.

Cual reptil ondulando en la colina
Va el camino entre cactus y hondonadas
Bajo el sol, en las noches estrelladas
Y en la tarde que al orto se encamina.

Desde la cuesta el valle se domina

Las formas de Cerralvo calcinadas

Eternamente de olas coronadas
Entre el bermejo que unge la neblina.

Descendemos cual pájaro asustado
A la arteria de un pueblo hospitalario
Que es joyel en el monte aprisionado.
Es noble cual asceta solitario
Bregando con esfuerzo denodado
El pregona su afecto milenario.

            ...El invierno cuajó su cabeza de blancos y florecidos lirios...de su rostro, se esfumó la lozanía de la primavera...fundiéndose en el crisol de su arte literario, en el otoño de su vida, fluyendo once libros de amenas narraciones de Nuestra historia regional...en el ocaso,  Doña Dominga nos ofrece su rostro sonreído como una margarita, y nos regala un libro más “Manojos de leyendas sudcalifornianas”...doña Dominga, con la satisfacción del deber cumplido, a través del cristal de su ventana, en la tranquilidad de su hogar...allá en su querido San Antonio, donde aun cantan las cigarras, brotan las amapolas y demás flores del campo,  rodeada del cariño de sus 3 hijos, 17 nietos, 36 bisnietos, y 14 tataranietos y demás familiares y  ve transcurrir el paso de los días, meses y años, leyendo, cultivándose enmarcada con el alegre trinar de los pájaros cantores...quizás musitando sus labios un mundo de oraciones  con ese espíritu joven que siempre la ha caracterizado, envuelto en el ropaje de una muchacha antigua, dirá “señor mis pasos son ya lentos y el camino se acorta...poco a poco me vas acercando a ti”... ¡muchas felicidades doña Dominga G. De Amao!, gracias por concederme el privilegio de contarme entre sus innumerables admiradoras y amigas.


La estimada escritora falleció el 20 de Julio del 2005 a las dos quince de la madrugada en su tierra natal, el histórico San Antonio, donde después de ser velada en esta ciudad capital se ofreció una misa de cuerpo presente en la iglesia de San Antonio, y luego sepultada en su tierra. Se oficiaron de acuerdo a sus deseos tres misas por tres domingos consecutivos a partir del 24 de Julio, y el novenario en su memoria, inició el martes 26 del mismo mes, en donde fuera su hogar hasta su muerte, en esa localidad. Descanse en paz. 

miércoles, 19 de febrero de 2014

“ENVUELTO EN LA LEYENDA...EL TIEMPO Y EL OLVIDO...MAKLIS...FUE UN PERSONAJE DEL FOLCKLOR SUDCALIFORNIANO”.

·         Maklis Santos Maldonado Tatabiate...se dice que fue su nombre.

            Con su tambachi colgante en el hombro, Maklis deambulaba por aquellas callecitas de La Paz de antaño...diciendo como un rito “Hermanito Juan tatabiate, o caguaseca”, refiriéndose seguramente a los jefes de las tribus yaquis, después de sus resonantes estornudos que eran el terror para los  niños de aquella época....en realidad no eran estornudos los que hacía Maklis, lo que pasaba era que este personaje se tapaba un poro de la nariz y hacía como corneta. Maklis era un personaje muy singular que los mayores aprovechaban para ponerlo del “coco” de los niños para meternos en cintura, ¡y cuanto miedo sentíamos al verlo aparecer de repente en las esquinas!...!regresas pronto con el mandado, porque si no, te puede salir el Maklis y te va a llevar en su bolsa de tiliches! Era la consabida amenaza para los chamacos desentendidos.

            En realidad, Maklis era un ser inofensivo que tal vez estaba afectado de sus facultades mentales...se decía que fue un buen telegrafista en El Boleo, allá en Santa Rosalía cuando estaba en su auge la explotación del cobre y otros minerales. ¡Toda una época de ese histórico pueblo minero!   Contaban también  la voz de los ancianos que hace muchos años, cuando todavía se embarcaba ganado para mandarlo a otras partes del interior de la República, así como tantas mercancías que iban y venían para cubrir las necesidades de la población de aquel tiempo... de uno de aquellos barcos mercantes que hicieron historia, quizás El Edna rosa, El Raúl, o el Corringam, entre otros;  una soleada mañana de verano, los estibadores estaban en plena faena y con asombro vieron aquel extraño personaje que, a  Maklis,  quien  pegó un salto al muelle fiscal, y así venía ataviado con su tiliche del lona al hombro, y su sombrero de lona de lado lo primero que hizo fue hospedarse bajo los pilares del muelle. Su limpia mirada y noble faz inspiraba confianza...estaba ataviado con un overol gris arremangado, su cabeza la cubría con sombrero de lona gris, caído hacia un lado, calzaba sus pies con vistosas teguas de las que hacían con Don Julio Beltran y su inseparable bolsa de lona llena de tiliches colgándole a los hombros, lo distinguía,  y lo hacía muy popular  de repente salía de las esquinas, tiraba el tambachi al suelo, y  como un rito, daba dos tres vueltas en círculo, se llevaba a la cara sus dos grandes manazas, se tallaba la regordeta nariz y estornudaba ruidosamente que podía escucharse a varias decenas de metros a la redonda...aaaaaattttchhhssss...aaaaaatttchhhs y decía “hermanito Juan tatabiate o caguaseca” y se hacía  un corredero de chamacos al ver y escuchar a Maklis, quien nunca se fumaba un cigarro nuevo, tenía que estar usado porque decía que en un cigarro lo había enfermado.





            Aquel singular personaje de aquella Paz de antaño de florecidos y perfumados jardines, era el terror para los niños que no le conocían bien, ya que las mamás se encargaban de asustarlos con Maklis para meterlos al orden...!te va a llevar el Maklis! Y los chamacos creían que en el tambachi que le colgaba en el hombro, allí se llevaba a los niños. La apariencia de Maklis y sus estruendosos estornudos inspiraban temor, pero en realidad este noble señor era inofensivo...andaba de casa en casa, y de tendejón en tendejón ofreciendo sus servicios de mandadero o de los oficios aquellos tan dignos como jalar agua del pozo, o en los leñeros partiendo la leña; se dice que a doña Julia y Don Angel, los padres del ex gobernador del licenciado Angel César Mendoza Arámburo, Maklis les partía la leña....la gente lo respetaba y le ofrecían algunos alimentos, los que Maklis recogía en un botecito, y al término de sus largos recorridos por aquellas callecitas de La Paz, y sus estornudos de gran estruendo, se los comía a placer bajo los pilares del muelle fiscal, donde se decía era su hábitat.

            En aquel tiempo, también había niños que no le temían a Maklis, y que eran muy traviesos,  lo camelaban escondidos entre los árboles, a esperar el momento preciso cuando Maklis  daba la vuelta en  las esquinas reculando para atrás y para adelante, para hacer su acostumbrado ritual de ruidosos estornudos, y que éste tirara al suelo el tiliche para escondérselo. Cuentan los antiguos que una tarde de aquellas hermosas de La Paz, de molinos de viento y barcos mercantes, Maklis dejó de existir...nunca se le volvió a ver más ...quedando en el recuerdo de quienes lo conocieron como un personaje muy singular, que formaba parte del paisaje sudcaliforniano, y que dio paso a la leyenda...los niños y demás gente extrañaban el diario peregrinar de Maklis, así como sus ruidosos estornudos seguido de su ritual “hermanito Juan tatabiate o caguaseca”...atcchhss, atttchsss, 


            Maklis se pierde en el tiempo y el olvido...pero los que peinamos canas...aún lo recordamos, porque formó parte de aquella feliz infancia que Dios gracias nos tocó vivir en aquella hermosísima Paz de antaño 

“LA PANOCHITA Y EL PANOCHON FUERON LOS PRIMEROS AUTOBUSES DEL PUEBLO”.




            La “Chachita” Mendoza, Alicia y Anita Lizárraga, fueron las boleteras de los primeros y populares autobuses de La Paz que se Perdió...”La Panochita” y “El Panochon”.....20 centavos cobraban...sus choferes, Jesús Toledo, Don Alfredo Fisher y Matteoti, manejaban la “Panochita”, la cual era redonda y chiquita...la que tenía una cadena junto al chofer y de acuerdo a la distancia recorrida...a la cadena le tenían que dar vuelta. El eterno letrero que decía “No Distraiga al conductor”, pero lo curioso era que ellos se distraían solos, pues eran muy parlanchines con la gente que abordaba los camiones, ya que todo el pueblo se conocía. Junto al chofer, la Panochita tenía un depósito y ahí se echaban las monedas del pago del pasaje...los niños pagaban .10 centavos y los adultos .20 centavos, por lo tanto, la Panochita no necesitaba boletera, pues con el aparato ese tenían.

            Las guapas y simpáticas boleteras del panochon, un autobús chato y grandote, casi cuadrado que fue la novedad en este risueño y pintoresco pueblo de La Paz, siempre tenían sobre sus piernas la cajita con el dinero...apiladas las monedas de .20 centavos y el talonario de boletos...”el campamocha”, y “Polín”, así le decían a sus choferes que se caracterizaban por el trato amable con la poca gente de aquella época. Un triste recuerdo me trae “Polín”, como cariñosamente le llamábamos los niños y el público en general...años después, conducía un taxi de sitio...y una oscura noche de invierno, cuando en espera de un posible cliente se encontraba, en la calle Marquez de León y Abasolo, donde estaba el sitio,  casi junto a “los Alamos”, una mano asesina truncó su vida para siempre...lo apuñalaron por la espalda. Decían en aquel tiempo, que una empleada que trabajaba en el Hotel Perla y que pasaba por ahí, vio cuando los asesinos mataban al pobre “Polín”. Los hombres no la vieron a ella, y como el miedo no anda en burro, la señora con gran rapidez como pudo se trepó a los árboles de la India que aún están ahí.  Siempre que paso por ese rumbo del malecón, al ver los árboles, viene a mi mente aquel triste recuerdo, y me pregunto ¿Cómo le haría la señora para treparse en el árbol?, por que decían que era gordita.

            Subirse a los autobuses “la Panochita” y el “panochon” era toda una fiesta...por las mañanas, las mujeres al mercado, “vamos pan’que Ruffo”, decían, pa’ la botica de Ruffo, pa’ bajo, pal’ correo, pa’l  telégrafo, la iglesia, al matiné, al cine Juarez a ver de aquellas películas que son una joya, de Pedro Infante, Rosita Quintana, Toña La Negra, Jorge Negrete, de Tarzan, de Mantequilla, El Gordo y el Flaco, Chicote, Cantinflas, Tin Tan, en fin películas que por su contenido y mensaje eran motivo de unión familiar y ahora que diferentes películas ven los niños. Subirse a los primeros autobuses del pueblo, era toda una experiencia...la gente por gusto, por pasearse pagaban vuelta redonda generalmente por las tardes se subían los músicos del ayer e iban tocando casi siempre e interpretando hermosas melodías, una que se me quedo muy grabada es “Dos seres que se aman”, por que a diario la tocaban, y medio “panochon” se llenaba con el montón de músicos y sus instrumentos, el bandolón, la cochi, el acordeón, saxofón, un violoncelo que me parecía enorme, el tololoche, y el inolvidable profesor David Rolland con su violín que hasta lo hacía llorar de lo hermoso que lo tocaba. Los músicos se bajaban en la esquina de la alegría, en Revolución y 16 de Septiembre con Don Conrado de la Peña. En esa esquina siempre estaban alegres, tocaban los músicos, la rocola, o vitrola, y la “julia” o “perica”, siempre estaba en la puerta a la espera de cualquier incidente que se presentara con los borrachitos del ayer.

            En aquella Paz Romántica, de huertos perfumados a flores y azahares, de serenatas y molinos de viento era toda una odisea cuando el autobús pasaba por la calle 5 de febrero, la que no estaba pavimentada todavía y era un arenal...cuando pasaban manadas de ganado y bestias arriadas por los rancheros de la época que las llevaban a embarcar, ¡que polvareda y que emoción!, el “panochon” se detenía en medio de aquel animalero, hasta que pasaba el último animal, pero al pasaje ni cuidado le daba por que entre aquella polvareda la música tocaba a todo dar dentro del camión ¡era toda una alegría!...la ruta que hacían los camiones...salían de la tienda El Ancla, ¿La recuerda?, el mercado Madero, estaba en el Pasaje Madero y el camión se llenaba con las gentes que iban a sus trabajos y amas de casa con canasta tejida de palma y morrales de ixtle llenos de mandado, así como sartas de carne, el pescado lo compraban en la playa, pues todo se compraba al diario, era la costumbre, bajaba la ruta por la calle 16 de Septiembre, por todo el malecón, hasta los 8 grandes Alamos que estaban frente al paredón del pirata, y que derribó el ciclón del 59 luego llegaba hasta “la voz del manglito”, ahora Mercado Polanco, pasaba por la calle 5 de Febrero y subía nuevamente rumbo al centro por la calle Revolución, para pasar por el cuartel, que es ahora el nuevo mercado Madero...luego el autobús subía hasta el Hospital Salvatierra que es ahora el Hospital Militar y bajaba por la calle Madero y hacía la parada nuevamente en El Ancla.


            La “Panochita y el Panochon”,  siempre iban llenos de gente, quienes comentaban el acontecer diario, que se murió fulano, que se casó zutano, se hija de fulanita se “juyó”, que el “Viosca” y el “arturo” no han llegado, en fin, entre otros temas...!que tiempos aquellos, todos nos conocíamos! Después ampliaron la ruta de los autobuses por la calle Jalisco, eran las afueras de la Ciudad, puro monte, y bajaban por el “campo de los burros”, y hacían la parada frente a mi casa, precisamente, vivíamos donde actualmente vive el doctor Varela...había una casa de ladrillo antigua en la que espantaban bastante, siempre se ardía en la cocina y se escuchaban lamentos, ruidos de cadenas y llanto de niño chiquito, pero eso ya es otra historia. Era todo un espectáculo ver a los señores con los cachetes hinchados por el esfuerzo y pujando cuando la “Panochita” daba vuelta por el arroyo de la 16 de Septiembre y Gómez Farías...cómo esa calle era un arenal, el autobús se volteaba al dar la vuelta, y la gente se tenía que bajar media cuadra antes, para levantarla...la “Panochita” y el “panochon”...bellos recuerdos.

lunes, 17 de febrero de 2014

MI PERRO VIEJO...”EL PACHUCO”...Y MI MUÑECA DE TRAPO

...”Ya los enanos ya se enojaron, porque las viejas los apalearon...hazte chiquito, y hazte grandote, porque te tumbo de un garrote”...y el perro, el “pachuco”, al canto de mi madre, moviendo la colita, en las dos patitas traseras bailaba para arriba y para abajo...chaparro, largo y grueso, así era mi inolvidable perrito el ““pachuco””...en su afilada y alargada cabeza, destacaban los grandes y tristes ojos de tierno mirar...además de sus redondas y grandes orejas, las que caían generosas a los lados, hacían que mi perro viejo se viera más bonito con sus patas chuecas, su negro y brilloso pelaje y su colita larga y tiesa con tres pelitos blancos en la punta, los que hacían juego con la mancha blanca plasmada en su cara y con lo blanco del cuello al pecho y toda la panza.

            Una soleada mañana de invierno, el “pachuco” llegó a nuestro hogar...fue regalo de mi prima Haydee, por el nacimiento de mi hermanita menor...por la década de los 40, por la empedrada calle de Independencia se escuchaba el traqueteo de la carreta tirada al trote por briosos corceles en la que venía la cuna que mecería a mi hermanita...un escándalo se hizo en casa al ver llegar la carreta...corrimos a su encuentro, y con el alboroto, tropecé enredándome entre los largos ropajes de la abuela, y rodamos en el suelo las dos... era una cuna de madera pintada de azul de aquellas tradicionales, sencilla, de dos largas patas, arriba un palo atravesado y un colgante cajón de rejitas...dentro de la cuna venia una caja de zapatos, y dentro de ésta, un lindo perrito negro con sus ojos muy pelones y las orejotas largas con un moño colorado. Destacaban sus grandes ojos y las orejas entre el moño. Fue un día de fiesta en casa. La llegada de la niña, la cuna y el perro. El ““pachuco””, fue celebre en la familia durante sus 14 años de vida...””pachuco””, así le puso mi madre, porque decía ella que el perro valía más que cuatro reales...”Este perro vale lo que pesa en oro”, decía mi abuelita. El perro formó parte de la familia. Era el compañero de juegos y andanzas de los niños, y compañero de mi padre en su trabajo; además que fue mi compañero madrugador y de la abuelita, cuando íbamos al antiguo mercado Madero a la compra diaria, y a moler el nixtamal en el novedoso molino de don Ramón Briseño. En la Lonchería de don Conrado de La Peña, tomábamos café con pan, y al perro, mi abuelita le compraba su huarache. Hasta la fecha, nos hacen reír las gracias del “pachuco” y teníamos como chiste que decíamos: “y como dijo el “pachuco””.

            En las madrugaditas aquella de La Paz de antaño, cuando la costumbre era que las mujeres del ayer a esa hora ya andaban barriendo la calle, frente y patio de sus casas, y entre aquellos olores a tierra mojada, flores y café de grano por las empedradas callecitas mi abuelita y yo caminábamos bajo la lápida celeste tachonada de estrellas, rumbo al mercado Madero, seguida de mi fiel amigo...mi perro viejo el “pachuco”. En realidad el perro no estaba viejo, lo que pasa es que yo en mis juegos lo acariciaba rascándole los cachetes, lo que tanto le gustaba, yo le decía “vengase mi perro viejo, mi querido amigo”. Y el perrito cerraba los ojitos, y aunque no lo crea, se reía y movía la colita. A través del tiempo, valoro más a mi viejo amigo y me doy cuenta que fue un perro maravilloso e inolvidable. No acabaría nunca de contar todo lo que hacía y tampoco no lo creerían. El “pachuco” era un perro noble, muy valiente e inteligente...era un animalito que no estorbaba en ningún lado...mi perro es inolvidable, tenía inteligencia casi humana, porque cuantas vivencias pasamos juntos en aquella Paz antigua de carretas, barcos mercantes, molinos de viento y huertos familiares de frutales y floridos jardines entre tantas otras cosas bellas de evocadores recuerdos. Cuando niña, me parecía muy normal que actuara en aquella forma...y a cómo pasa el tiempo me doy cuenta que tuve un gran amigo el que se comportaba a la altura de las circunstancias. Mi padre, don Bernardo Lizárraga Tiznado fue un hombre muy trabajador y obligado...en aquella época, trabajaba en la “Perseverancia”, era el tendejón de mi tío Billi de La Peña, donde es ahora el Bazar, tienda de gran prestigio de regalos y detalles...aparte de que vendían de todo también fue licorería, y vendían tequila de barril en burritas y en medias así como en litros. En los “apersogaderos”, donde amarraban las bestias los rancheros  y mineros que bajaban de la sierra que se surtían de provisiones, el perro echadito muy pensativo esperaba a mi padre a que saliera para acompañarlo rumbo a la casa, algunos decían que mi padre hasta platicaba con el perro. Mi padre siempre llevaba en el hombro lo que sería nuestro alimento...un costillar de res, piezas de carne oreada, o panelas de queso, sartas de chorizo, pescado seco, ya fuera garropa que era la que tanto le gustaba, en fin variadas cosas...pero cuando éste se quedaba “por alguna causa dormido en alguna banqueta”, el perro se llevaba arrastrando aquellas cosas con el hocico y las dejaba en los pies de mi madre...”Mala señal”, decía mi madre, al tiempo que cortaba la parte de la carne por donde la había cogido el perro, porque esa era su parte, “Este hombre ya debe de estar tomado”,  decía, “pues el perro llegó solo con la carne”...y el “pachuco” y mi madre se regresaban a buscar a mi padre donde había quedado dormido.

            Una vez, jugando, una niña vecina se llevó mi muñeca de trapo; aquella de cuerpo de aserrín y de largas trenzas hechas de medias, la que mi abuelita me compró con don Chavalito Ibarra, aquel dulce viejecito de sombrero y que siempre tocaba su música de boca cuando las muchachas pasaban por su tiendita. El perro me vio tan acongojada, que quien sabe cómo le hizo, que fue y me trajo la muñeca poniéndola sobre mi cama...en otra de tantas ocasiones, había llovido bastante y el arroyo arrastraba el sombrero de palma de alta copa de mi abuela...el perro, al ver el escándalo que ella hacía, sin que nadie le mandara se lanzó al agua y rescató el sombrero...”este “pachuco” vale lo que pesa en oro”, decía mi abuelita acariciándole la cabeza quien se ponía muy contento, pelaba los dientitos y movía la colita. Al “pachuco” no le gustaba que nos castigaran...cuando mi madre o padre cogían el cinto o la cuarta para pegarnos, el perro pegaba un salto a sus manos y les quitaba el cinto o la reata y corría con él. Siempre no nos escapábamos, nos daban nuestras buenas tundas...por eso es que mi madre le cantaba, “ya los enanos...” frente a la casa estaba el Kínder o jardín de niños “El Choyal”, y el perrito estaba sentadito esperando nuestra salida...cuando era campaña de vacunación y pasaban las enfermeras vacunando, el “pachuco” nos alertaba para que nos escondiéramos...en nuestros juegos y vivencias siempre estaba el perro...el “pachuco” era un perrito con alma...cuando los mayores contaban leyendas y cuentos de tesoros y piratas a la luz de los candiles, el perro estaba entre nosotros disfrutando aquellos momentos....cuando pasaba mi madrina Siria rumbo a su trabajo, el perro ladraba y me jalaba el vestido para que la viera y saliera a su encuentro y ella sacaba de su monedero un diez de aquellos o una jolita, y le los daba, ¡que feliz me sentía con ese diez en la bolsita de mi vestido!.

            ¡Cuántas veces nos acompañó el perrito al panteón en las madrugaditas!...yo llevaba el balde con que acarrearíamos agua de la pila del molino del panteón, mi madre y abuela las flores y coronas de hojalata pintadas, mi hermanita mayor la escoba y el perro se encargaba de llevar mi inseparable muñeca de trapo. Cuando murió mi abuelita, mamá chica, le decíamos, otra de mis abuelitas, el padre de la parroquia de Nuestra Señora de La Paz echó las campanas al vuelo, anunciando duelo, y como la costumbre era cuando alguien moría, en la iglesia prestaban los candeleros, los que llevamos mis hermanos mayores y yo y mi perro viejo se llevó mi muñeca de trapo para que yo pudiera llevar un candelero...cuando el cortejo fúnebre, en una carreta seguida de los dolientes llevaron el ataúd cubierto de flores, conteniendo el llorado cuerpo de mi abuelita chica, y el “pachuco”, seguía a la carreta metido bajo de ella hasta el panteón..!Que mortificados nos sentimos, la familia, y un lloradero de chamacos había aquella mañana de primavera cuando el pachuco se tragó un trozo de carne enyerbada y el perro ya se moría, se retorcía y pataleaba...pero mi sabia abuela con sus dotes de curandera, luego luego molió un par de panochas y la revolvió con leche, luego, entre aquella rueda de angustiados chamacos agarró al pachuco y el abrió el hocico y le retacó el batido de panocha con leche, luego agarró al perro de las dos patas traseras y le dio volantín hasta que lo mareó...luego el perro vomitó el veneno y quedó curado; todos bailamos de júbilo porque el perro se había salvado.

Mi nanita con todos sus conocimientos, siempre traía al pachuco armado hasta los dientes contras las enfermedades...le ponía su collar de alambre de cobre con cinco limones tatemados ensartados para el catarro, y se los amarraba al cuello....y de vez en cuando, lo embarraba de aceite quemado, contra la sarna, y a veces, lo bañaba de creolina para que no criara garrapatas ni gusanos...claro que todo eso le caía muy gordo al perro y se tenía que a aguantar, nomás churía el hocico y pegaba unas cuantas reculadas. Y mi abuela le decía al perro “No sea pendejo”, para que siempre esté sano y tenga bonito el pelo...y si, le salía muy brillante el pelo al pachuco con el aceite quemado.

A VECES CUANDO VEO EN LA CALLE TANTOS PERRITOS CON SARNA VIENE A MI MENTE AQUEL REMEDIO DEL ACEITE QUEMADO DE MI ABUELA Y ME DIGO CON TRISTEZA SI LA GENTE SUPIERA QUE EL ACEITE ES UN BUEN REMEDIO CONTRA LA SARNA HARIAN UNA BUENA CARIDAD CON ESTOS POBRES ANIMALES. ¡Qué gordo le caía al “pachuco” cuando mi madre le ponía el bozal y el ortigón en el hocico! En la culata de la casa, sin que se diera cuenta la abuela, yo se lo quitaba y metía el perro debajo de mi cama para que no lo vieran en todo el día. El “pachuco”, tenía 16 años cuando una fatídica mañana de verano,  un vehículo lo atropelló...quizá porque ya estaba viejito y sus sentidos no le ayudaban...o quizá porque era de la época romántica de La Paz antigua, de las carretas y de los molinos de viento...lo cierto es que con la muerte del singular perrito sufrimos un gran pesar...y hasta la fecha, el “pachuco” es inolvidable...es tema de conversación en la familia, por que recordamos todas sus anécdotas...’y como dijo el “pachuco”’...

            “Ya los enanos, ya se enojaron... por qué las viejas los apalearon, hazte chiquito y hazte grandote, porque te tumbo de un garrote”...al canto de mi madre, el perrito bailaba en las dos patitas traseras moviendo la colita y se hacía para arriba y para abajo... 


viernes, 14 de febrero de 2014

“EL REENCUENTRO”.

Fue por la década de los 40...estaba en su auge la pesca del tiburón...era aquella Paz de molinos de viento y floridos jardines. Aquélla obscura noche de invierno, en el Salón Mutualista, rompía cancha “El pelón”, bailando alegremente con su pareja del momento, al ritmo de la noche y de hermosas notas musicales arrancadas a los instrumentos de las famosas orquestas de la época...de Don Rafael Castro y de Don Luis Gonzalez...de pronto, “El pelón”, se paró en seco...no podía ser, se decía, lo que sus sorprendidos ojos miraban...entre el bolón de gente, bailaba una hermosa joven, que muchos años atrás había sido su novia, y quien le devolvía la mirada y le sonreía saludándolo insinuante, como invitándolo a acercarse...lo que ‘El pelón”, ni tardo ni perezoso, llegó de inmediato junto a ella, y al estar frente a frente le dijo muy sorprendido “!Pero no es posible que seas Laura!...!pero si traes puesto el mismo vestido de cuando nos despedimos la última vez, hace ya mucho tiempo!...- ¡Claro que soy tu Laura!”, le contestó ella, con una sonrisa seductora,  “- Pero si me dijeron que habías muerto, casi me vuelvo loco de la desesperación, al sentir que te perdía; si hasta ya me casé hace algunos años, dijo con tristeza – Ya ves que no he muerto, nada más me cambié de casa y de barrio; pero ven, sigamos bailando”, dijo  ella, acariciándolo...él sintió la frialdad de sus blancas manos recorrer su cuello...metiendo sus dedos entre su ensortijado y negro cabello, produciéndole raras sensaciones...pero por ningún momento pensó que se tratara de algo sobrenatural...!si hasta podía aspirar su perfume!.

         Como en una ensoñación, de la que ‘El pelón”, no quería despertar bailaron muy felices estrechamente toda la noche arrullados por la romancera música de Don Rafael Castro...aquel inesperado encuentro había sido sensacional para él...de pronto Ella se quitó un anillo que él le había regalado cuando fueron novios años atrás, y se lo puso al muchacho en el dedo meñique, mirándolo a los ojos tiernamente y donde él podía ver en los suyos el negro abismo de la pasión. Cuentan los mayores que este caso fue muy sonado aquí en La Paz...El pelón y Laura vivían por el Barrio El choyal, y estaban comprometidos para casarse, pero como él era soldado, lo mandaron a una comisión a otro lugar, prometiéndole regresar pronto para realizar su amor y estar juntos. Al paso del tiempo, la muchacha se enfermó y languidecía de amor, hasta que una cálida mañana de verano, falleció, siendo sepultada en el panteón de Los San juanes.

         El triste acontecimiento de la muerte de la muchacha, casi enloquece al “pelón”, que la amaba profundamente, y perdió el interés por volver a esta ciudad de La Paz. Pasaron los años, y el tiempo que todo lo cura, trajo algo de tranquilidad a “El pelón”, y se casó con una buena mujer; pero en el fondo del alma, le dolía aquella herida que nunca cicatrizó. Esa obscura noche de baile en la Mutualista, baile del reencuentro, ‘El pelón” ni por un momento dudó que su ex novia estaba viva, si la sentía palpitar entre sus brazos, y aspiraba el aroma de su negra y larga cabellera que se le pegaba a su rostro, en el que sentía su aliento, así como aspiraba la frescura de su piel, la que sentía demasiado fría, pero él pensaba que era por el frío que hacía. Al término del baile, pegando su cuerpo aún más al de él, ella le pidió que la fuera a dejar a su casa, con una mirada llena de promesas; a lo que él accedió encantado...caminaban abrazados por aquellos pedregosos caminos, de aquella Paz de antaño...el caserío dormido iba quedando atrás, entre aquellos aromas a barro quemado de las ladrilleras.

         Y de vez en vez se detenían bajo la fronda de algún árbol para besarse y acariciarse furtivamente...el tiempo y la distancia ni la sentían...”es más allá”, le decía ella...y continuaban caminando...los perros aullaban lastimeros a su paso, que hacía que se le enchinara la piel, pero “El pelón” ni en cuenta tomaba esos detalles, que indicaba que algo no estaba bien...y con una sonrisita inocente, Laura lo iba conduciendo hasta donde ella quería llegar...y entre beso y beso, le decía “Ahora es por aquí o vámonos por acá”, y así se lo fue llevando hasta que sin darse cuenta el pobre muchacho, llegaron a la puerta del panteón, la que se abrió misteriosamente, rechinando sus goznes...y él como que volvió a la realidad, y temeroso le dijo “Mi amor, pero si aquí es el panteón. – No temas cariño”, le dijo ella, y señalando con su blanca  mano, apuntó a la lejanía “Allá esta mi casa”.

         A esas horas de la noche en el panteón, “El pelón”, sentía un extraño cosquilleo en toda la piel...y al trasponer la puerta del panteón de Los San Juanes, de pronto...entre  sus manos la hermosa y cautivadora Laura de negros y largos cabellos, desapareció...ante sus ojos se esfumó...los pinos llorones se mecían lúgubremente, como emitiendo murmullos...los perros aullaban, y el molino de viento como alocado daba vueltas y vueltas aventando chorros de agua...el pobre ‘Pelón” se quedó como clavado al suelo en la puerta del panteón... estaba como sonámbulo...reía y lloraba al mismo tiempo, decía histéricamente   mirándose a las manos, “De aquí desapareció, este anillo me lo puso anoche que bailábamos, Laura vino del más allá a regresármelo”, y así amaneció hablando incoherencias, la gente que lo miraba no entendía lo que pasaba, creían que el muchacho estaba enfermo. Hasta que por fin, su familia lo localizó y se lo llevaron a su casa, y poco a poco lo hicieron volver a la realidad. Ellos no entendían que era lo que le pasaba, porque nomás musitaba “De mis manos desapareció”.

         Pasaron los días, y ‘El pelón” ya no fue el mismo. Se encerró en sí mismo, y no quiso platicarle a nadie lo que le había pasado, porque pensó, sólo se reirían de él y creerían que estaba loco. Sólo a su señora madre le escribió una carta, narrándole todo lo que le sucedió; y despidiéndose de ella, y dejándole la sortija que Laura le dio, el Pelón entró en una tremenda depresión, hasta que una tarde de invierno  a los pocos días del macabro suceso de la mujer que se apareció en un baile y desapareció en el panteón, tomó la decisión de quitarse la vida de un balazo. La gente en aquel tiempo, decían que Laura vino por ‘El pelón”, ya que tanto se amaban y para que cumpliera su promesa de estar junto para siempre. Mucho se habló de este espeluznante suceso, y algunos todavía lo comentan...según se dice, la madre aún vive y conserva la carta y el anillo que el Pelón le dejó.


         ...Cuando vayas al baile a la Mutualista, ándate con cuidado...no vaya a ser la de malas, que se te aparezca la mujer de largos y negros cabellos...y desaparezca conduciéndote con sus mimos hasta el panteón.

“Este artículo fue publicado hace más de diez años en el periódico local “El Sudcaliforniano”.


jueves, 13 de febrero de 2014

LA AHORCADITA DE TODOS SANTOS...EN LA HISTORIA Y LA LEYENDA

·        SU TUMBA A LA VERA DEL CAMINO BAJO EL PALO BLANCO, ES UN PUNTO DE REFERENCIA Y DE FE...NO TIENE EPITAFIO, SOLO UN LETRERO CON EL NOMBRE...LA AHORCADITA.
·        ENTRE OTROS DONES, SEGÚN SE DICE, EL PRINCIPAL QUE CONCEDE ES QUE LAS MUJERES ESTÉRILES PUEDAN TENER HIJOS.
·        MATILDE MARTINEZ FUE SU NOMBRE
·        SUCEDIÓ EN TODOS SANTOS, EN LA ULTIMA DÉCADA DEL SIGLO XVIII...CON LA MANO DEL METATE LE DIO MUERTE SU SUEGRA, Y ESTABA EMBARAZADA
·        SON MUCHOS LOS TESTIMONIOS QUE POR SU MARTIRIO LA GENTE LE ATRIBUYE MILAGROS
·        PERO PARA LOGRAR UNA PETICIÓN, SE TIENE QUE CAMINAR REZANDO, PIDIENDO POR EL NIÑO QUE NUNCA NACIO,  POR DONDE LA ARRASTRARON EN UN CUERO DE VACA, DESDE EL LUGAR DE LOS HECHOS HASTA DONDE ESTA EL ARBOL DONDE LA COLGARON
·        JUNTO A LA TUMBA NACIERON CUATRO BROTOS HACE MAS DE CIEN AÑOS, NUNCA CRECIERON Y SIEMPRE ESTÁN VERDES, LA GENTE DICEN QUE SIMBOLIZAN LOS CUATRO MESES DE EMBARAZO DE MATILDE LA AHORCADITA


Doña Clotilde Monteverde, nativa de Todos Santos, hermosa y tierna muchacha antigua de 90 años de edad, cuenta la historia de La ahorcadita....Dice que su mamá Doña Rosario Cota de Monteverde le contaba que eran aquellos años de abundancia en la tierra de cañaverales, trapiches y molinos de caña movidos por bestias; tierra perfumada a mango maduro y limoneros...en la huerta “La diabla”, vivió Matilde Martínez con su esposo y su suegra y un hermano de su esposo que estaba mongolito; Matilde estaba recién casada, y era una agraciada joven de 18 años quien se dice, tenía cuatro meses de embarazo. Su suegra, era muy celosa.

Que aquella mañana de la fatal tragedia, el esposo de Matilde se fue a la labor a los cañaverales, como era su costumbre. Matilde tenía un sembradío de calabazas, entre otras hortalizas, y las calabazas se dieron muy grandes y hermosas en esa temporada de cosecha...que aquella mañana Matilde extasiada contemplaba su huerta, fruto de su esfuerzo mientras paladeaba una taza de aromático café. La celosa suegra, quien cuidaba todos sus movimientos, la camelaba; y quiso la mala suerte que en ese momento, montando en brioso corcel  iba pasando el joven Adolfo Monteverde, saludó a Matilde y le dijo “!Que chulas están tus calabazas Matilde!”, y el joven siguió su camino, pero la suegra que escuchaba, quien estaba moliendo nixtamal en el metate, muy airada le dijo a Matilde “!Eres una coqueta!”, y empezaron a discutir, y al calor de las palabras, la mala mujer se lanzó sobre Matilde  y la golpeó en la cabeza con la mano del metate, hasta que la pobre muchacha quedó inerte tendida en el suelo junto a las hornillas, de las que según se dice, quedan sus ruinas, dijo Doña Cloty.

Con tristeza, la tierna viejecita  añadió que la suegra estaba muy asustada por la magnitud de lo que había hecho, ante la presencia de su hijo menor, retrasado mental, quien sin comprender los hechos, aterrado, miraba la escena...a la pobre muchacha con su pancita al cielo, tirada en el suelo, con el cráneo desbaratado, escurriendo la sangre, la que el perro lamía...luego la mala mujer, en su desesperación trató de simular un accidente; tumbó la ramada y la dejó caer sobre Matilde...y así transcurrió todo el día en la huerta La diabla, la que estaba envuelta en la tragedia, hasta que al caer la tarde llegó el esposo de la muchacha y se encontró con esa fatalidad. Su mamá intentó desvirtuar las cosas, pero todo era muy obvio. El hijo, ante los hechos, no le quedó más remedio que apoyar a su madre.

Y cuentan que madre e hijo, pusieron el cuerpo de la ahorcadita en un cuero de vaca, y que lo arrastraron por todo el monte a altas horas de la noche, alumbrándose con palmas encendidas mientras toda la gente del pueblo de Todos Santos dormía. Entre aullidos de perros, caminaron como cinco kilómetros, desde la huerta La diabla, lugar de los hechos, hasta el gran arbolón de Palo Blanco, perdido en el monte en aquel tiempo, luego la colgaron, para que creyeran que ella se había suicidado, o que quizás otra persona lo hizo. Nadie se dio cuenta en aquel tiempo de lo que estas malas personas andaban haciendo con aquella pobre mujer embarazada.

Fue hasta después de ocho días que un niño encontró el cadáver colgado en el árbol ya en estado de descomposición, otros dicen que fue el hijo de Porfirio el que la encontró. Los habitantes de Todos Santos de  aquel tiempo quedaron consternados por el brutal asesinato. Luego fueron las autoridades a ver los hechos, y bajaron el cuerpo de la ahorcadita del árbol, y ahí mismo la sepultaron. En las investigaciones, el muchacho retrasado mental descubrió a la asesina, o sea, a su propia madre, horrorizado a señas señalaba a su madre y decía que con la mano del metate, así y asá, la había golpeado y lo demás ya fue todo fácil. Cuentan, que madre e hijo los mandaron a la cárcel de Santa Rosalía donde la mujer murió después de un tiempo, y el esposo de Matilde cumplió su condena, salió y se perdió en el tiempo y el olvido.

Al tiempo, continua diciendo Doña Cloty, que la ahorcadita salía vestida de blanco por esos caminos reales lamentándose y llorando un niño...la gente piadosa, le llevaba flores a su tumba, la que era un promontorio de tierra sin nombre ni fecha, le rezaban para que su alma descansara, y así, le fueron haciendo peticiones y ella concediéndole; principalmente a las mujeres que no se podían preñar, dijo, pero que al pedir el deseo, tienen que hacerlo pidiendo por el niño que nunca nació, por su martirio, y rezando, caminando por todo la brecha por donde arrastraron a la ahorcadita, hasta llegar al árbol donde está sepultada, y hacerle una promesa, una ofrenda, algo para bebé, y cumplirle, porque también se dice, si no le cumplen, se cobra. Que son muchos los testimonio de mujeres que no podían tener hijos, le pidieron a la ahorcadita para que interviniera ante Dios y la Virgen y ahora tienen varios muchachos.

Don Adolfo Monteverde, el que chuleó las calabazas de Matilde, y que sin proponérselo ocasionó esta tragedia que dio paso a la historia y la leyenda en Todos Santos era su abuelo, terminó diciendo Doña Cloty, añadiendo que ahora es ejido, por esos lugares y están desmontando para poblar esos terrenos, que ojalá que no quiten esa tumba de la ahorcadita, porque es una tradición y leyenda de los Todosanteños.  Casualmente, esa mañana iba llegando a la tumba de la ahorcadita una numerosa familia a dejarle una ofrenda, la señora Rosa Isela Morales dijo que ella tenía más de diez años de casada y no podía tener hijos a pesar de todas las luchas y tratamientos que se hizo, y que le pidió a la ahorcadita el que pudiera concebir y que ya tiene dos hijos gracias a Dios, que le consta que son muchas las mujeres que han recibido este beneficio; que un señor de Todos Santos tenía un apuro muy grande de vida o muerte, y que dijo que solo encontrándose un tesoro, o sacándose la lotería podría salir de este pendiente; le pidió a la ahorcadita y se sacó la lotería y fue él quien le mandó hacer la tumba. Terminó diciendo la joven señora con su hijo en brazos, Rosa Isela Morales...dice Doña Cloty que a través de los años, son muchos los espantados, que han escuchado en noches oscuras, como que arrastran un cuero por el camino, y que casualmente, pasan junto a su casa...y que algunos valientes se han atrevido a investigar el origen de esos ruidos, y sólo ven como una visión, una procesión de palmas encendidas.


La ahorcadita...es una tradición y leyenda todosanteña.

“Este artículo fue publicado hace más de diez años en el periódico local “El Sudcaliforniano”.

miércoles, 12 de febrero de 2014

“LA MUJER DE NEGRO...Y EL VESTIDO DE NOVIA...EN UNA NOCHE DE CARNAVAL”.

Este tenebroso e insólito hecho sucedió en la plazuela de antaño, o Jardín Velasco...fue por la década de los 60 del siglo pasado...Febrero de 1959, para ser exactos...era aquella Paz del romance, de serenatas a la luz de la luna, y de huertos perfumados a flores y azahares...estaba en su auge el algodón y la espiga dorada del trigo en el Valle de Santo Domingo...tiempos de jauja en La Paz...hasta nos andábamos riendo solos...todavía nos conocíamos todos y era una costumbre el saludo a las personas que iban pasando por la calle...era una noche de plenilunio...fría noche de carnaval, de aquellos, en que abundaba la alegría, las mascaritas, cascarones y serpentinas...las orquestas del momento de Don Luis Gonzalez y Rafael Castro así como la Banda de Sinaloa amenizaban el gran baile frente al antiguo palacio de gobierno, en el Jardín Velasco...entre fumarolas y aromas a tabaco,  otros perfumes y los ruidos propios del carnaval, el alegre taconeo se escuchaba de la gente que se divertía sanamente al compás de las notas musicales dándole vuelo a las almidonadas crinolinas y las colas de caballo, arrullados por la luz de la Luna, moda de aquellos tiempos.

            Eran las dos de la madrugada de aquella noche invernal...el joven taxista Manuel Salvador Villalobos, no se imaginaba la espeluznante experiencia que viviría esa noche de carnaval...estaba extenuado pero muy contento de tanto bailar en aquella noche maravillosa de frenesí...de pronto, sintió ganas de saborear un exquisito y calientito menudo, y entre codazos y empujones se abrió paso entre aquel gentío que gozosos bailaban y se dirigió al restaurante ‘Mi preferida”, de Doña Pachita Díaz de Espíndola, de gratos recuerdos el que estaba ubicado donde ahora es el Edificio Armenta, el joven se sentó y pidió un plato de menudo...en esas estaba, dándole gusto al paladar, cuando llegó un señor a solicitarle un “corte”, que lo llevara al mirador, donde es ahora la Colina de La Cruz. El mirador era un lugar, lo que viene siendo ahora El ranchito. Don Manuel Salvador, quien se distinguía por su profesionalismo y trato al cliente, llevó al señor al lugar que le solicitaba. Cuando venía de regreso, por donde estaba el letrero “la flecha indica”, frente al panteón, estaba haciéndole la parada una esbelta mujer ataviada toda de largos ropajes negros y se cubría el rostro  con un rebozo negro también. Eran altas horas de la madrugada...el viento helado de “febrero loco” mecía los pinos y demás árboles del panteón perdiéndose entre los mausoleos los ruidos que parecían lamentos...

            ...Los perros aullaban lastimeramente, la Luna se ocultaba entre una nube como no queriendo ser testigo de lo que iba a suceder. El valeroso chofer, muy solícito estacionó el taxi y la mujer de negro, ocultando el rostro, subió a él...ya dentro  del vehículo, la misteriosa mujer le dio un papel escrito al chofer indicando la dirección y decía “Lléveme por favor a Escuela 27 y Aquiles Serdán” así se llamó en la antigüedad la Escuela Allende. Manuel Salvador, chiflando de contento, porque la distancia era lejos,  y sacaría un buen “jale” enfiló a la dirección mencionada...el muchacho, de vez en cuando, miraba receloso por el retrovisor tratando de ver el rostro de la muchacha...pero sus ojos se encontraban entre un envoltorio negro en la cabeza y el rostro, con una mirada cargada de tristeza que le penetraba hasta el fondo del alma...al fin llegaron a la dirección mencionada...era una casa antigua de ladrillo. La joven, con su blanca mano, le hizo señas que la esperara, luego, bajo y se metió a dicha casa...pasó un buen rato, treinta minutos, quizás más. De pronto, ante la sorpresa de Manuel Salvador, quien arrellanado  y somnoliento cómodamente se encontraba esperando en el taxi, a esas horas de la madrugada, la joven quien bajó ataviada de negro, regresó vestida de novia, con el rostro cubierto por el velo, portando su ramo, y arrastrando una larga cola...ésta se subió nuevamente al vehículo despidiendo exquisitos aromas a “huele de noche” y otras flores.

            La joven vestida de novia, ya dentro del vehículo, le dio otra vez una nota escrita indicando que la llevara “La colonia de Los San Juanes”. Aun así, esto no llamó la atención de Manuel Salvador, porque pensó que era normal que la llevara por el rumbo de donde la había levantado. En aquella madrugada carnavalera, el caserío  como sombras fantasmales iban quedando atrás... el taxi de Don Manuel recorría presuroso inundado de aquel perfume a Huele de noche con su tétrica pasajera ataviada de albos ropajes por las calles de aquella Paz dormida...al fin llegaron frente al panteón, y la misteriosa novia bajó del taxi, y sin emitir una sola palabra durante todo el trayecto extendió la enguantada y fina mano, y le dio otra noche al chofer que decía “cóbrele por favor el servicio a mi padre, llévele esta nota”.; y muy campante la mujer se metió al panteón abriéndose las puertas como por arte de magia a su paso, rechinando lúgubremente los goznes de las misma.

            Ni así, Manuel Salvador sintió miedo ni recelo alguno, entre aquel aroma a barro de las ladrilleras de los industriosos yaquis del Esterito, somnoliento emprendió el camino de regreso a su hogar, pensando que más tarde pasaría cobrar su trabajo porque ya los ojos se le cerraban de sueño y no le pareció prudente levantar gente a esa hora nada más para cobrar el corte.
            Después de un reparador sueño, a buena hora, el taxista fue a la dirección indicada a llevarle el recado al papá de la mujer de negro y que luego se vistió de novia...llegó a la casa mencionada, y salió la señora diciéndole que no habían solicitado ningún servicio de taxi...ando buscando al señor fulano de tal, dijo él, le vengo a traer este recado de parte de su hija.  Salió el señor, el chofer le entregó la nota y al verla, éste palideció al tiempo que leía incrédulo aquel papel  que decía “PAPA, PAGALE AL SEÑOR EL SERVICIO POR FAVOR, GRACIAS, TU HIJA CARMEN” aquel hombre no podía creer lo que estaba leyendo, sus ojos parecía que se le iban a salir de las órbitas...temblando todo, se soltó llorando al tiempo que exclamaba “!No puede ser, no puedo creer lo que estoy leyendo, pero si es la letra y la firma de mi hija Carmen!”, “!Pero que pasa!” dijo el chofer, sin comprender todavía lo que sucedía, diciéndole a los señores todo el servicio que le dio a  la joven de negro, y que luego se vistió de novia. Al escuchar esto, la madre, como desesperada metiéndose dentro de la casa, y saliendo al instante espantada bañada en llanto, gritaba “!El vestido de novia no está en el ropero, mi hija Carmen vino por él!”. Aún así, el taxista no comprendía lo que pasaba...entonces, el padre muy compungido, quien estaba vencido por el dolor, apenas pudo musitar...”Es que mi hija Carmen murió hace quince días, estaba a punto de casarse, y una mujer le quitó el novio a ésta y la dejó plantada; ella no pudo soportar la pena, y se suicidó”. El taxista quedó clavado en el suelo de la impresión...no daba crédito a lo que estaba escuchando y a la macabra experiencia que había vivido esa noche de carnaval.

            ...por las polvorientas calles de aquella Paz dormida...noche de Carnaval...el taxi de Don Manuel Salvador transitaba con su fantasmal pasajera a altas horas de la madrugada...

            Este macabro suceso lo vivió el señor mencionado, quien vive en Ciudad Insurgentes, Municipio de Comondú, y se lo narró al señor Manuel Hoyo Arana



“NOTA: OBRA PUBLICADA EN EL PERIÓDICO LOCAL “EL SUDCALIFORNIANO” HACE MÁS DE DIEZ AÑOS”.

lunes, 10 de febrero de 2014

LA ANIMITA

“LA ANIMITA...HISTORIA Y LEYENDA QUE SE CONFUNDEN...UNA TUMBA QUE FUE Y ES  VENERADA POR LOS SUDCALIFORNIANOS. “




  • Miguel Manríquez fue su nombre del niño Mártir.
  • Concedía la salud a los enfermos… y quienes les correspondían con mandas.
  • Los estudiantes le piden que los ayude en sus compromisos escolares y le corresponden con veladoras o flores o una oración.
  • Visita la capillita y retoma esa tradición que se pierde en el tiempo y en el olvido.


            Es lamentable el estado de abandono y destrucción en que se encuentra el edificio de la “animita”, siendo que esta tumba abandonada, y desconocida, fue motivo de veneración y tradición en los habitantes de aquella Paz de antaño, y sigue siendo de algunas personas de sienes plateadas en la actualidad, que aún guardan fe y respeto por esa costumbre y jóvenes también, ya que para ningún sudcaliforniano de aquella época es desconocida la historia de la animita. Al penetrar a sus instalaciones, esa cálida tarde de verano y al tener ante mis ojos el feo y pestilente espectáculo, con profunda tristeza cabalgaron como en una película los recuerdos en mi mente, trasladándome hasta aquella casita llena de amor, de amplios y frescos corredores arropados de perfumadas enredaderas, de encaladas hornillas y crepitantes tizones, y entre humos y exquisitos aromas, el bello rostro de mi madre.

            Evocando el añorado ayer, cuando tenía apenas ocho añitos, recuerdo...“don Chavalito, que dice mi nanita que le venda un milagrito de plata; que sea una manita, porque el lunes va a ir a la animita a pagar una manda. Ya sanó de su mano”. ¡Qué tiempos! Jubilosa corría por el malecón con el preciado milagro que colgarían en la animita. ¡Que emoción!, sería una gran experiencia el ir a la animita a pagar sus mandas.... Con cuanto fervor la abuela y demás gente, algunas vestidas con hábitos del sagrado corazón de Jesús, del santo niño de Atocha, de San Blas, o del señor San José, asistían los lunes a llevar veladoras, flores y milagros. La animita estaba en las afueras de la ciudad, en el cruce del camino, donde está ahora el primer semáforo en 5 de febrero y Félix Ortega. Era un humilde promontorio de tierra con una cruz y sin nombre; “el anima sola”, le decían también. La tumba estaba cercada con rejitas pintadas de azul, y siempre tenía veladoras prendidas y artísticos arreglos florales.

            Lo curioso de esto, es que la tumba tenía muchos milagros de oro y plata encajados en la cruz y nadie se los robaba. Había mucho respeto por esas cosas sagradas. A la luz de los candiles, en aquellas añoradas tardes lluviosas, mientras tomábamos café de grano con galleta marinera, contaban los antiguos, entre otras muchas leyendas, la de la animita. Unos decían que en esa tumba descansaba un niño mártir que dio la vida por su padre, al que acusaban de cuatrero, ya que este señor era tanta su necesidad que se vio obligado a robar una vaca para darle de comer a su numerosa familia. Por tal motivo, las autoridades de la época aplicaron la ley, según ellos, y lo sentenciaron a morir ahorcado. Y su hijo, que era apenas un adolescente, suplicando les pidió que no mataran a su padre, porque les hacía falta a su madre y hermanitos. Que mejor lo mataran a él, que daba su vida por su padre.

            Y cuenta la leyenda que aquellos chacales no se tentaron el corazón al ver al niño, y lo colgaron en un gran árbol de palo verde que había en el cruce de esos caminos. Y dicen que el cadáver del adolescente, estuvo colgado por tres días, meciéndose grotescamente para escarmiento de los cuatreros. Doña Dominga G de Amao, ameritada periodista y escritora, dijo que al niño mártir lo arrastraron por el pueblo, y después lo colgaron en el árbol, y que las autoridades de entonces no permitieron que se les diera sepultura, que debía quedar colgado para que se lo comieran los animales, so pena de muerte para el que desobedeciera la orden; pero que un primo de Miguelito que vivía en San Antonio, al que le decían “El Güero”; vino en la madrugada, lo bajó y sepultó en la tumba sobre otro cuerpo que ya estaba ahí, para que no se notara, que en realidad había dos cuerpos en esa tumbita.


Otra versión es que en la época de la Revolución, promovida por el Ilustre general Don Félix Ortega gobernaban el territorio de Baja  California Sur, jefes políticos, y las discordias y las hostilidades estaban a la orden del día. Unos eran fusilados, y otros eran desterrados en las famosas “cuerdas”, junto con sus más cercanos colaboradores y hasta con todo y familias. En una ocasión, entre los que iban en la cuerda de los desterrados le tocó a un señor llamado Miguel Manríquez. Y cuando el barco estaba de salida para llevarlo muy lejos, dejando esposa e hijos, de pronto dos jóvenes llegaron al muelle fiscal, y lograron meterse al barco ‘El Bonita”; era su hijo Miguel, acompañado de un amigo quien quería despedirse de su padre, porque tal vez jamás lo volvería a ver. Y los guardias que en todo miraban espías, se echaron sobre ellos, deseosos de venganza; y los acusaron de rebeldes. Los jóvenes fueron martirizados con el objetivo de sacarle alguna información y al no conseguir nada, porque no la había, ya que se dice que el señor era inocente, sacaron a Miguelito, lo arrastraron por las orillas de los montes, donde le dieron cruel muerte y fue sepultado en el cruce de los polvorientos caminos, quedando perdida la tumba, entre los matorrales. Que por eso le decían el ánima sola o animita.

            La gente, consternada por el martirio de aquel niño que murió por su padre y que estaba su tumba abandonada en aquellas soledades y caminos reales, le empezó a rendir veneración y a atribuirle milagros; sobre todo, cuando pedían por la salud de los niños y al sanar éstos, la manda consistía en rezarle y llevarle durante nueve lunes veladoras y flores. Los estudiantes secundarianos, también le pedían a la animita, que les ayudara a salir bien en los exámenes, y se lo cumplía, y en pago al favor recibido, le prendían veladora y le rezaban. La animita, primero fue un promontorio de tierra lleno de veladoras encendidas, cubierta su cruz  de milagros,  y siempre tenía flores frescas o de lámina. Luego, al tiempo, estuvo cercada de rejitas de madera pintadas de azul. Después, alguien le mandó construir una sencilla lápida. Y se dice que una caritativa dama, agradecida por el favor recibido, al sacarse la lotería le mandó edificar su capillita, donde la gente acudía llena de fervor.

            Decían también los mayores, que en el palo verde donde colgaron a Miguelito, el que estuvo por mucho tiempo, fueron varios los espantados al escuchar el chirriar de la cuerda que se mecía con el viento. Otros contaban que en el cruce de esos caminos escuchaban que lloraba lastimeramente un niño, perdiéndose el llanto entre el viento y el monte. Lo cierto es, que la animita, fue un punto de referencia y de veneración para el pueblo sudcaliforniano y está en el más completo abandono.

            Antaño, el cuerpo inerte del niño mártir que dio la vida por su padre...pendía grotescamente de aquel frondoso árbol a la veda del camino...la gente consternada por el brutal ahorcamiento, en procesión le llevaban milagros, veladoras y flores...una costumbre y falta de fe, que al paso del tiempo se perdió...quedando la animita en la leyenda.