miércoles, 25 de noviembre de 2015

CON LOS PELOS DE PUNTA.

LA CUEVA DEL CERRO FRENTE AL PATEON Y EL HOMBRE DE NEGRO”.

POR MANUELITA LIZARRAGA.

·        ERA TANTO EL ESPANTO QUE SENTIAMOS LOS NIÑOS DE AQUEL TIEMPO CUANDO IBAMOS AL PANTEON, Y QUEDABAMOS CON EL CUELLO TORCIDO POR TANTO VOLTEAR HACIA A CUEVA DEL CERRO DE LA CRUZ, NO FUERA A SER QUE SE APARECIERA EL HOMBRE DE NEGRO, O ESCUCHARAMOS EL GRITO DE AGONIA DE LA NIÑA QUE AHÍ MATARON, DIJO DOÑA TRINI BELTRAN DEL BARRO EL CHOYAL.
·        EN AQUELLA EPOCA ERAN TANTOS LOS ESPANTADOS EN LA CUEVA DEL CERRO FRENTE AL PANTEON, QUE CUENTAN LOS MAYORES QUE HASTA UN SACERDOTE TUVO QUE SUBIR A BENDECIR Y PLASMAR DENTRO DE LA CUEVA UNA GRAN CRUZ DE CAL Y YESO, PERO QUE DE TODOS MODOS A TRAVES DE LOS AÑOS, HAN SEGUIDO ESPANTANDO.


Cuentan los mayores que a través de los años en la cueva del cerro de la cruz, frente al panteón son muchas las cosas raras que se han visto y escuchado, por distintas personas que han quedado con los pelos de punta al tener la mala suerte de vivir una experiencia al parecer sobrenatural. Y la hermosa muchacha de ayer y de hoy, Doña Trini Beltrán Martínez, dice que cuando era una traviesa e inquieta niña de escasos diez años, asustaban mucho en el cerro de la cruz, desde la época de sus abuelos, quienes sabían la historia de por qué espantaban en esa cueva, y sus mayores entre muchas otras personas habían vivido esas macabras y tormentosas apariciones: UN HOMBRE DE NEGRO ENTRANDO A LA CUEVA Y SE ESCUCHABA EL LLANTO LASTIMERODE UNA NIÑA.

Dice Doña Trini que le contaba su abuelita que en esa cueva en tiempos pasados vivió una mujer muy trabajadora, al parecer, de los primeros habitantes de estas tierras, y su hija de ecazos ocho años, que bajaban las dos al pueblo, la madre a trabajar, y pues se tenía que traer la niña; pero que una vez, Clotilde, nombre de la niña, enfermó de algo muy extraño, y fue necesario que se quedara en la cueva. Que al caer la tarde, al regresar la madre, de la que no recuerda el nombre, encontró a la niña ¡muerta!, la habían violado y estrangulado. Tragándose su impotencia y su dolor que le desgarraba el alma, la pobre mujer sepultó ahí mismo a la niña, y con la reciedumbre y valentía que distingue a las mujeres de estas tierras se quedó en la cueva al acecho…que pensó que el asesino quizás debía andar cerca.

Como una bestia herida la atribulada mujer esperó pacientemente toda la noche en la oscuridad de la cueva, y estuvo al acecho…y en la madrugada escuchó pisadas alrededor de la cueva, y se quedó estática, no se movió esperando…de pronto, con mucha cautela fue entrando poco a poco un hombre largo, de negro vestido, y la mujer con una rapidez asombrosa lo lazó con una reata, y le cayó encima como leona embravecida, lo maniató dejándolo inmovilizado, lo martirizó hasta hacerlo confesar su brutal crimen.

Cuentan que se escuchaban tremendos alaridos de muerte en la cueva del cerro de la cruz. Luego entonces la brava mujer le cortó sus partes nobles y esperó a que se desangrara hasta verlo morir, después lo sepultó ahí mismo en la cueva, de la que salió sin voltear atrás…de ella no se supo nunca más, se perdió en el tiempo y el olvido.

Pero lo malo empezó después, al paso del tiempo, la gente que iba por aquellos rumbos, entre humaredas de las ladrilleras se empezaron a espantar…escuchaban el lastimero llanto de una niña, el que el viento lo llevaba por serranías, porque según se dice cuando esto pasó el panteón todavía no estaba y luego, que también se escuchaba el desgarrador grito de un hombre de negro entrando a la cueva…así estuvo por mucho tiempo que la gente ya no quería pasar por ahí hasta que tuvo que intervenir un padrecito de aquella época quien subió a la cueva de la colina, frente al panteón, la bendijo y plasmó una gran cruz de cal y yeso.


Y se dice que desde entonces, le empezaron a decir la cueva de la cruz y que hasta la fecha según todavía está esa cueva en el cerro frente al panteón con su cruz y sus espantos; dijo Doña Trini quien al recordar todavía se le ponen los pelos de punta.


…por las dudas, cuando vayas rumbo al panteón vete mirando de frente, no vaya a ser que de repente escuches el llanto de una niña y veas al hombre de negro y te quedes con el cuello torcido y los pelos de punta…

martes, 20 de octubre de 2015

CON LOS PELOS DE PUNTA.
POR MANUELITA LIZARRAGA.

LA MANO QUE APRIETA”.

Meeeemoooo… ajjjj ajjjj ¿dónde estás Memo?...los estertores agónicos se escuchaban en el amanecer llamando Memo, mientras me apretaba la mano, y yo se la acariciaba pensando que era la de mi esposo, pero al escuchar esos raros lamentos de una mujer atormentada, voz desconocida para mi en el interior de mi recámara, encendí de pronto la televisión para que hubiera luz…y me quedé ¡Con los pelos de punta!.

Me disculpa estimado lector(a) pero la persona este macabro suceso, me rogó que no escribiera la ubicación de esta mansión porque sus padres se asustarían mucho.

Cuenta la joven señora Dorita que con motivo del reciente huracán que azotó La Paz y parte del Estado de Baja California Sur, se fue con su esposo e hijos a la casa de su suegros, por el barrio del Esterito (nomás el barrio voy a decir) y les asignaron una recámara para todos ellos; una sola noche pasaron ahí, salieron al otro día disparados, jurando no volver a dormir en esa recámara nunca más…

…Eran como las cuatro y media o un poco más de la mañana…abrí los ojos y encendí el televisor, estaba el programa del “Doctor Simi” que me cae muy gordo, por cierto, y apagué el aparato. Quedándome con el control en la mano…tenía mis ojos abiertos en las penumbras, de pronto me agarraron la mano derecha, y yo pensando que era mi esposo se la acaricié, la mano apretó más la mía, y yo también se la apreté…luego se empezó a escuchar estertores agónicos como de alguien que moría con mucho sufrimiento, y yo le apreté más la mano y la mano me tenía bien agarrada, entonces se escuchó una voz de mujer que decía…”ajjjj ajjjjj ¿dónde estás Memo?, ¿Memo dónde estas?”.

Y lo curioso es que yo escuchaba gente ya levantada en la casa, porque ya casi era amanecido y mientras más nos apretábamos las manos, más fuerte y doloroso era el gemido, así como el llamado desesperado a un tal Memo. Todo era muy extraño en aquella recámara en penumbras…desde luego, pensé preguntándome ¿Qué hace esa mujer desconocida en mi recámara? Donde se supone que estábamos nada más mi esposo, mis hijos y yo, creía que la mano que agarraba a la mía, era la de mi esposo, por eso es que no sentía miedo todavía, nada mas extrañeza…entonces me decidí, apreté el botón de encendido del televisor en el control, para que hubiera luz, y ¡ohhhh sorpresa me soltaron la mano y no había nadie en el cuarto!, todo estaba en el más espantoso silencio, roto solo por la luz del televisor sin volume.

Sentí un miedo sepulcral como si se me levantara la piel, y el cuero cabelludo desde la nuca quedándome ¡con los pelos parados! Y para rematar, mi esposo estaba acostado del otro lado, roncando, y mis hijos dormían como santos angelitos, no se dieron cuenta de nada. Comprendí con espanto que la mano que me apretaba era de la mujer moribunda llamando a Memo.


Yo soy una mujer muy incrédula sobre estas cosas, pero después de vivir esta macabra experiencia la verdad no se que pensar, terminó diciendo la señora Dorita. 

miércoles, 29 de abril de 2015

LA PAZ QUE SE PERDIO
POR MANUELITA LIZARRAGA

“LA MUJER DE NEGRO DE LA 16...QUE SE SUBE A LOS TAXIS Y LUEG DESAPARECE”.




            En las madrugaditas aquellas de La Paz de los molinos de viento, en las empedradas calles se escuchaba el fuerte traqueteo del negro carruaje tirado al trote por brísos y negros corceles también, llevando su bella pasajera, al que estaba envuelta en la historia y la leyenda “La dama de negro de la 16”...perdiéndose carruaje y mujer en la nada, en la obscuridad de la noche.


         En la actualidad, son varios los taxista espantados a quienes por la madrugadita, una joven y hermosa mujer vestida elegantemente toda de negro, les hace la parada en las calles 16 de Septiembre y Revolución...ésta, según se sube al taxi, les ordena “Rumbo al panteón”, pero cuando ya casi van llegando, la bella pasajera desaparece...el asiento trasero del vehículo va completamente vacío, impregnado a perfumes de flores de madreselva y huele de noche.

            Sobre esta macabra aparición, cuenta Doña Estefana, linda señora de la tercera edad, que sus mayores les contaban cuando niña la leyenda de la mujer de negro del arroyo de Los Sandoval, el que después se llamó arroyo central, y ahora es la calle 16...que desde la época de la colonia, fueron varios los vecinos de esas calles que se despertaban en las madrugadas aquellas al escuchar el fuerte traqueteo de un carruaje negro tirado al trote por bríosos corceles negros también, y los osados que abrieron sus ventanas para ver de donde procedía ese ruido quedaron admirados que a esa hora de la madrugada, estaba una mujer vestida toda de negro haciéndole la parada al carruaje y luego ésta se subía en él, perdiéndose en la obscuridad de la noche...que cuando empedraron la calle Revolución por los años de 1920, el ruido de las ruedas del carruaje resonaban más fuertes en el empedrado, como alegre castañuelas, y la gente, a fuerza de la costumbre,  nada más se daba vuelta entre las sábanas y decían “Es el cuarruaje que viene por la dama de negro” y seguían durmiendo.

            Continúa diciendo Doña Estefana que contaba su abuela que en los tiempos aquellos corría de boca en boca la leyenda de que existió en La Paz una hermosa mujer quien se vestía siempre de negro...nunca se supo su nombre, ni donde vivía, ni de donde vino, la dama de negro estaba envuelta en el misterio, se aparecía de repente en los bailes o en los eventos de más importancia en La Paz, como buscando algo o a alguien,  siempre vistiendo igual, con una mirada profunda, cargada de tristeza...la gente se acostumbró a ver a la bella joven vestida de negro...de repente no se le vio nunca más, lo que fue muy notorio. Al tiempo, corrió la leyenda que se aparecía haciéndole la parada a los carruajes y luego a los vehículos de la época, y así a través de los años, generación tras generación son muchos lo que la han visto y subido a su vehículo y luego se les desaparece quedando aterrados...

            Ahora, al llegar a nuestros días ya son varias las personas que han visto a la dama de negro por la madrugada en la esquina de Revolución y 16 de Septiembre, haciendo señales como parando vehículos, y que desafortunadamente si pasa un taxi por ahí, la sube, ella da órdenes que rumbo al panteón y luego desaparece en el trayecto ante los aterrados ojos del chofer quien no puede dar crédito que tan bella pasajera vestida elegantemente toda de negro, desaparezca nada más así como así.

            Uno de los taxistas, quien pidió no mencionar su nombre, porque pensarían que está loco, cuenta su macabra experiencia:

            Que aquella madrugadita, como a las 4.30 de la mañana, iba él al Hospital Militar a ver un hijo enfermo...que al hacer el alto en calle Revolución porque el semáforo estaba en color rojo, de pronto, de la nada, se apareció una linda muchacha vestida toda de negro, haciéndole la parada, solicitando el servicio, y como la vio tan apurada y muy afligida le dijo que se subiera...recuerda el chofer, que le dijo “suba señorita, no se vaya a romper las medias”, y la muchacha subió y se arrellanó comodamente en el asiento trasero, para eso se prendió el semáforo en verde, y ella ordenó “Rumbo al panteón por favor”, enfilé por la calle Cinco de mayo, golpeaba a mi nariz el exquisito aroma a flores del perfume de la pasajera...por el espejo miraba su bello rostro...los ojos llorosos de mirar profundo estaban cargados de tristeza...la bella, iba muy callada y meditabunda, yo para romper aquel silencio, le dije, “tuvo suerte señorita de encontrar un taxi a esta hora, me dirigía al hospital a ver un hijo enfermo”...ella no contestó...en eso, doblé a la izquierda por la calle Gómez Farías, rumbo al panteón, como ella había ordenado...pero al hacer el alto en la calle Morelos, voltee a ver el retrovisor buscando aquella triste y llorosa mirada de la bella y perfumada pasajera vestida de negro, pero para mi sorpresa el asiento trasero iba completamente vacío.

            No daba crédito a lo que estaba viviendo, no sentí miedo de pronto, sentí preocupación y pasando los cuatro altos, estacioné el taxi buscando por todos lados, pero todo estaba en silencio en la más espantosa soledad...la misteriosa mujer había desaparecido...empezó a soplar un vientecillo helado y los perros empezaron a aullar lastimeramente...entonces comprendí que lo que estaba viviendo no era normal, y entonces si sentí un miedo escalofriante, no se como pude llegar a mi casa, me metí bajo las cobijas y me hice bolita, temblando todo, ni de mi hijo enfermo me acordé en ese momento. Sufrí de depresión por un tiempo, pero ya estoy recuperado, gracias a Dios, y por las dudas ya no levanto gente pasando la media noche, aunque vengan vestidas de blando o de negro y ni por muy bellas que estén, terminó diciendo el taxista, añadiendo que a varios compañeros del volante les ha sucedido lo mismo pero que prefieren no contarlos porque no les creerían que en pleno siglo veintiuno sucedan estas cosas.

“…Por el placer de Escribir… Recordar y Compartir…”



jueves, 23 de abril de 2015

LA PAZ QUE SE PERDIO

“EL AHORCADO DE LA CALLE 16 DE SEPTIEMBRE”

POR: MANUELITA LIZARRAGA

El constante rechinar de la cuerda que se mecía lúgubremente de la viga de aquél techo, en el piso superior tenía inquieto al empleado de aquella prestigiada negociación de la calle 16 de Septiembre e Isabel la Católica. y harto de tanto escuchar ese vaivén que le erizaba  la piel y se la ponía como de gallina, aquella tarde de invierno el joven Idelfonso animado por sus compañeras de trabajo, tomó la firme decisión de investigar que eran esos macabros ruidos que le parecían que le taladraban el alma. De dos zancadas subió las escaleras de madera hacia el almacén, y el fuerte taconeo de sus pisadas no lograban apagar el suave rucu-rucu de la soga que se mecía lentamente.... escuchándose al momento un horripilante alarido de espanto, al tiempo que rodaba aquel joven hasta el suelo por las escaleras.


Fue una oscura tarde de invierno....llegue a esa negociación con un proyecto de publicidad a pedimento del gerente, en esa época hace ya diez años. “Señorita, les dije; es tan amable de anunciarme con el señor fulano?” Las jóvenes con el espanto reflejado en el rostro se miraban una a la otra tirándose la bolita...apretujándose las manos muy nerviosas decían, “ que vaya ella, no, sube tú,” decía la otra, con la mirada recelosa, volteando para todos lados como asustada,  lo cierto es que ninguna de las dos quería subir por aquellas tétricas escaleras, ni aunque les dieran todo el oro del mundo. Bueno, pues que le pasa por que tienen tanto miedo? Yo necesito hablar con el gerente, por que esta publicidad tiene que salir ya. Las pobres jovencitas casi lloraban y temblorosas me dijeron, señora, cree usted en los espantos?...pues ....pues....pues fíjese que sí. Vera usted,  que no queremos subir por que arriba sale un  hombre colgado de una cuerda con los ojos muy pelones y la lengua colgando casi hasta medio pecho, !como así, no puede ser, si estamos en pleno siglo XX, le dije incrédula! Y las pobres muchachas haciendo la señal de la cruz, dijeron se lo juramos por esta. El pobre Idelfonso un compañero nuestro tiene tres días enfermo por el susto que se llevó, no se ha presentado a trabajar y nosotros, pues antes de que den las 7:00 de la tarde ya  nos queremos ir a nuestras casas.


Continuaron diciendo las muchachas, que hace mucho tiempo que se escuchaban ruidos raros en el piso de arriba, así como alaridos agónicos, pasos, y un fuerte ruido como algo pesado que cae al suelo. y aquella tarde que se escuchaba todo aquello, le picaron su amor propio a Idelfonso y le dijeron que era un miedoso. Ni tardo ni perezoso, el muchacho subió de dos zancadas las escaleras entró al almacén y al momento empezó a gritar histéricamente !hay un ahorcado...hay un ahorcado!, al tiempo que rodaba hasta el suelo por las escaleras, con el  rostro descompuesto por el espanto. Cuando el muchacho se calmó un poco, dijo “el ruido que se escuchaba es una soga con un hombre joven colgado con los ojos muy pelones  y la lengua colgándole a medio pecho, se mece lúgubremente y el hombre viste pantalón ancho de mezclilla camisa de manta, un paliacate rojo anudado al cuello, estaba descalzo y un pedazo de tronco ladeado a sus pies; y lo más espeluznante es que ante mis propios ojos se fué desvaneciendo aquello que  era como una visión fantasmal”. Dijeron las jóvenes que el muchacho se deprimió tanto que ya no regreso a trabajar; y que ellas andaban buscando otro trabajo, por que ahora que sabían que sale esa alma en pena, del ahorcado les da mucho miedo. Antes escuchaban los lamentos agónicos y los ruidos, pero no le daban importancia y el rucu rucu del mecate, creían que eran ratones; pero después de esto, ya no querían trabajar ahí. Terminaron diciendo Rocío y Elena. Ante estos argumentos tampoco yo quise subir esas escaleras, y como ya era muy tarde deje pendiente el proyecto de publicidad, para llevarlo otro día, pero que fuera de día, por si las dudas, no vaya a ser la de malas...y me fui rapidito, parecía que hasta el viento me llevaba.

Sobre el ahorcado de la 16, cuentan los mayores que por la década de los treinta, cuando La Paz, era territorio y era gobernada por jefes políticos o militares, esa parte del pueblo era puro monte, y perdida en ese monte estaba una casita de adobe y techumbre de palma, sombreada por grandes y viejos mezquitones, además de un gran palo verde. La casita estaba habitada por una señora que vivía sola, y hacía pan, empanadas y tamales para vender; que un jovencito del pueblo le vendía sus productos y que una de tantas veces le llegó a la señora con cuatas mochas, diciendo que se le perdió el dinero, y la mujer se enojó tanto, que sin decir una palabra agarró una soga, y colgó al pobre muchacho del gran palo verde. Que nunca se hizo justicia por que la mujer era pariente  de un general.

Otra versión sobre el ahorcado de la 16, cuenta don Polito, un tierno viejecito de 90 años de edad, que le contaba su padre, que en el siglo pasado, en la época de la explotación de las minas de San Antonio y el Triunfo, que estaban en su apogeo, y que rodaban el oro y la plata, venía la “conducta” cargada de barras de oro y plata por lo pedregosos caminos reales, era una carreta tirada por doce mulas negras, que se dirigía rumbo a La Paz,  al muelle fiscal concretamente donde sería embarcado el mineral; y después de hacer la obligada parada en la posta de San Pedro, la Conducta continuo su camino rumbo a su destino.... que nomás se escuchaba el chasquido del látigo sobre los lomos de las bestias...pero que al dar vuelta por los cruces del camino donde después fue la animita, le salieron al paso unos bandidos y  se apoderaron de la carreta y el asustado cochero no tuvo tiempo ni de tomar su fusil, ya que los bandoleros se treparon por atrás de la carreta, por los lados y derribaron  un árbol y lo aventaron en el camino al paso de vehículo, para que se detuviera.

Dominada la situación, desviaron la carreta con su preciada carga por entre el monte por donde es ahora Isabel la Catolica y 16, y en el gran árbol palo verde colgaron al pobre cochero, bajaron el oro y la plata, soltaron la carreta con las mulas, que a fuerza de la costumbre, llegó sola y vacía al muelle fiscal. Por más que rastrearon y buscaron nunca encontraron el cargamento y a los varios días encontraron el cuerpo ya descompuesto del pobre muchacho. Unos decían que por ese arroyo de la 16 los ladrones sepultaron el tesoro; otros decían que ya tenían listos otros animales, que los cargaron y se los llevaron, lo cierto es que nunca se supo quienes fueron los ladrones ni donde quedo ese valioso cargamento de barras de oro y plata.

Cuando pases por la calle 16 de Septiembre más vale que te vayas persignado y aprietes el paso no vaya ha ser que escuches el lúgubre vaivén de la soga del ahorcado.

…Por el placer de recordar, escribir y compartir….
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jueves, 16 de abril de 2015

LA PAZ Y SUS LEYENDAS.
POR MANUELITA LIZARRAGA

“ LA LEYENDA DEL CERRO DE LA CALAVERA... Y MI ABUELA”.


            Al contemplar con gran pesar la majestuosidad del legendario cerro de la calavera...galoparon en mi mente como en una película, aquella leyenda tan bonita que me contaba una y otra vez mi inolvidable abuelita...corría el año de 1950...era aquella Paz de la música del romance, y del ensueño...de barcos de cabotaje, de molinos de viento y de tantas otras cosas de bellos recuerdos...!nanita, naita! Ya termine de recoger los huevos en el gallinero, pusieron doce gallinas...le dije jubilosa mientras le entregaba la canastita de alambre repletas de huevos colorados...añadiéndole: ahora, mientras me peina, me unta esos menjurjes y teje mis trenzas cuénteme otra vez la leyenda del cerro de la calavera, que algún día conoceré cuando esté grande.

            La dulce muchacha antigua, le pegó una larga chupada al cigarro, y dándole el golpe dijo mientras untaba mis largos cabellos de brillantinas de tuétanos con flores aromáticas que ella preparaba: “cuentan los antiguos que el cerro de la calavera es un volcán dormido...también dicen que allí se hacían ritos prohibidos...otros decían que bajaban platillos voladores. Lo cierto es que hace muchos, pero muchisimos años, por esos rumbos del cerro de la calavera no había caminos ni se llamaba el cerro de la calavera, pero si había muchos riscos y el mar embravecido se enseñoreaba en ellos. El Golfo de California estaba inundado de barcos piratas quienes después de cruentas batallas, ante el asombro de los naturales de estas tierras se metían  a la bahía de La Paz a buscar el mejor lugar para sepultar los tesoros, producto de sus atracos y que han dado paso a bonitas leyendas.

            Los galones fondeaban sorteando los riscos, frente al cerro de la calavera y las aguas se agolpaban a buena altura de los cerros, donde habitaban tribus de indígenas Guaycuras y Coras, quienes tenían costumbres y tradiciones; dominaban la ciencia de la  medicina herbolaria y eran excelentes buzos, pescadores, cazadores y recolectores de raíces y frutas silvestres de lo que se alimentaban. El fruto más exquisito y apreciado para ellos era la pitahaya. Y en época de su cosecha, acostumbraban a realizar matrimonios. Los varones repartían a las mujeres pieles para que cubrieran sus cuerpos o simplemente era motivo de reunión y convivencia de todas las tribus. Sus instrumentos musicales lo hacían con huesos, caracoles, semillas y carrizos, entre otras cosas. Se adornaban con perlas, plumas de algunas aves y conchas finas y tenían más de 30 danzas.

            Flor de pitahaya, era una hermosa doncella de la tribu de los Ichuties o Coras. Hija primogénita de Jerónimo el Grande, un jefe guerrero. La muchacha california estaba prometida en matrimonio con el joven Guaycura Ala de Cuervo, hijo de Nabor, jefe de esa tribu. Como era la costumbre para sellar el compromiso, mediante la entrega de arras que consistía en que él le entregó a Flor de Pitahaya una batea elaborada y labrada en madera de copal, y ella le entregó a Ala de Cuervo una redecilla de hilos de pita tejida por ella misma, formalizando así el compromiso para celebrarse la boda en la cosecha de la pitahaya. Todo marchaba muy bien entre la pareja. ¿Abuelita, era bonita Flor de Pitahaya?, si, cuentan los mayores que era la doncella mas bella de la comarca. En el óvalo perfecto de su rostro, bajo el arco triunfal de las pobladas cejas destacaban los grandes ojos de espesas pestañas tan negros como la noche. Sus labios eran tan rojos y carnosos como las pitahayas, por eso se llamaba Flor de Pitahaya, porque además había nacido cuando la pitahaya estaba en flor, hacía 18 años atrás. La joven cubría su juncal cuerpo de ébano con pieles de ciervo o de venado. Los negros y sedosos cabellos que le tapaban las sentaderas los adornaban con perlas ensartadas en fuertes cordeles, y de su cuello colgaban varios collares de perlas.

            Además, en sus brazos lucía pulseras de caracolitos y concha fina, así como en sus descalzos pies. Pero el más bello adorno que distinguía a Flor de Pitahaya entre todas las jóvenes de su tribu, además de ser muy trabajadora,  era su bondad, ya que el producto de su trabajo lo repartían entre los ancianos y enfermos que no podían buscar su alimento diario. Flor de Pitahaya, con su batea de madera de copal bajo el brazo, artísticamente labrada por ella misma, y con su redecilla de hilos de pita tejida por ella también salía al monte desde las primeras horas a recolectar raíces semillas y frutas silvestres para el sustento diario de los ancianos que no podían hacerlo. Y por las tardes de bellos crepúsculos, cuando la marea bajaba cuentan que se le miraba recolectando los exquisitos productos del mar.

            Una de aquellas tardes en que paseaba por las blancas arenas, su destino estaba marcado. Ante los sorprendidos ojos de la joven, surcaba las cristalinas y verdeazules aguas un galeón pirata que andaba huyendo de sus enemigos, andaba en busca de un refugio seguro. Un apuesto joven de rubios cabellos como el sol y ojos color de cielo piloteaba la embarcación fondeándose entre los riscos al pie del ahora cerro de la calavera. La alarma cundió entre los californios. Pasaron los días y el barco pirata continuaba allí. Las jóvenes de las tribus tenían prohibido salir a realizar sus labores acostumbradas, se temía que los extraños les hicieran daño. Flor de pitahaya se las ingenió y burlando la vigilancia salió rumbo a la orilla del mar a su paseo acostumbrado.  Extasiada contemplaba el crepúsculo, cuando de pronto le salió al paso de entre los riscos aquel joven extranjero, chocando sus cuerpos y tumbándole la batea llena de conchas y caracoles, misma que rápido el muchacho la recogió y se la entregó. Perdiéndose en el profundo abismo de los negros ojos de Flor de Pitahaya, quedando cautivado por el juncal cuerpo de piel dorada perfumada a brisa de mar y a flores del campo. Por su parte, ella también quedó atrapada en aquellos ojos como el mismo cielo y el mar.

            De aquel casual encuentro, siguieron otros, y otros, y otros, naciendo un profundo amor entre los jóvenes, olvidando la muchacha que ya estaba comprometida con el joven guaycura Ala de cuervo, por lo que planearon huir. Por su parte, Ala de cuervo estaba preocupado ya no veía a Flor de Pitahaya con la frecuencia de antes, y  ya se acercaba la fecha de la cosecha de pitahaya y la celebración de su boda. ¿ Que le pasará a mi amada flor?, se preguntaba el muchacho, quizás esté enojada pensó, ya sé, se dijo, voy a buscar las perlas mas hermosas para hacerle un largo collar, y así lo hizo. Pero una tarde, dos jóvenes de la tribu habían descubierto los furtivos encuentros de la muchacha y el extranjero, e indignados fueron a acusarla con los padres de ambos, quienes no daban crédito a lo que escuchaban. Decidieron convencerse y lavar la afrenta. Cautelosos, aquellos jefes guerreros siguieron a Flor de Pitahaya a su cita de amor, y cuando la pareja ya estaba a punto de partir en el galeón, los jefes llamaron a toda la tribu y los aprendieron matando a toda la tripulación, quemando y hundiendo el barco con todas sus riquezas.

            Jerónimo el Fuerte, padre de Flor de Pitahaya y Aguila Voladora padre de Ala de cuervo agarraron a los enamorados que a causa del gran amor que nació en ellos violaron leyes ancestrales, y los arrojaron desde el cerro más alto, cayendo los cuerpos al abismo, destrozándose entre los riscos, muriendo al instante. De esa manera, aquellos hombres lavaron la ofensa, pero no quitaba el profundo dolor causado al Guaycura Ala de Cuervo, quien amaba sinceramente a Flor de Pitahaya, y éste por su parte la hubiera dejado marchar para que fuera feliz con aquel hombre de barbado rostro, ojos de cielo y cabellos como el sol. Cuenta la leyenda que Ala de cuervo se consumía por la tristeza...todas las tardes se subía a la cumbre del cerro de la calavera a contemplar los esqueletos de su amada y de aquel hombre que le arrebató su amor, los que blanqueaban con el sol y el agua salada.

            Pasó el tiempo y nada aliviaba su pena. Se acercaba la fecha de la cosecha de la pitahaya y en la que se iba a celebrar su boda. El día fijado para el matrimonio, la tribu muy alarmada lo vieron subir al ahora cerro de la calavera, iba ataviado como todo un guerrero armado de arco y flecha, llevaba en su mano la redecilla de pita que ella le dio cuando sellaron el compromiso y le colgaba al cuello el largo collar de perlas que para su amada elaboró. Con una cinta de cuero de venado, amarraba las negras plumas de cuervo que adornaba su cabeza. En su rostro reflejaba una gran Paz y en el negro profundo de sus ojos, la muerte. Ala de cuervo iba ataviado para encontrarse con su amada. Se lanzó al vacío, entre los riscos cayendo entre los esqueletos del extranjero y de Flor de Pitahaya.

            Pasaron los años, siglos tal vez, milenios. El tiempo, las aguas y el viento fueron cincelando con formas caprichosa aquel cerro formando tres calaveras. Cuenta la leyenda que esas calaveras son las del extranjero, flor de pitahya y el guaycura Ala de cuervo. Por eso le pusieron el cerro de la calavera. Los ancianos de las tribus contaban esta bonita leyenda a los jóvenes a manera de ejemplo de generación en generación, la que ha trascendido hasta nuestros días”, termino diciendo mi sabia abuelita.


            Baje aquel cerro de la calavera, alfombrado de conchas y caracoles y continué con mis pensamientos perdiendo la mirada en la inmensidad del mar....el cerro de la calavera y su leyenda.    

viernes, 27 de marzo de 2015

LA PAZ QUE SE PERDIO
POR MANUELITA LIZARRAGA

“LAS SIRENAS...CUENTO CAURESMAL”.


¡Que no te metas al mar porque te convertirás en sirena!... ¿Qué no ves que es viernes santo?...era la consabida amenaza para los inquietos niños de aquellos tiempos...de alguna manera, para obligarlos a la obediencia y a respetar las costumbres aquellos viernes santos, viernes de silencio...cuando nomás se escuchaba el alegre trino de los pájaros y el silbar del viento. Entre aquellos aromas a capirotadas, torrejas, tortitas de camarón, de pescado y lecche cocida, entre otros richos manjares alrededor de las encaladas hornillas contaba la abuela que “Hubo una vez una familia que tenía su hogar frente a la playa bajo la sombra de un frondoso palmar quienes tenían tres lindas niñas y un varoncito, Juanita, Perlita, Margarita y Gabriel, muy inquietos por cierto los niños...que en un viernes santo de aquellos, después de escuchar las siete palabras, como es la costumbre, sus padres le recomendaron una vez más...queridos hijos, ya saben que hoy es viernes santo, viernes de guardar, es de luto para toda la humanidad, porque es el día en que fue crucificado en la tierra nuestro señor Jesucristo; nosotros, nos vamos a descansar y ustedes pueden leer, o jugar, pero sin pelear y todo en silencio”.

            ¿Podemos bañarnos en el mar?, preguntó Juanita muy entusiasmada, y su madre perisgnándose muy preocupada les dijo, ¡de ninguna manera!, es viernes santo y no pueden ni deben meterse al mar porque se convertirían en sirenas!. Pero inquietas y desobedientes que eran las niñas, esperaron a que sus padres se durmieran y felices, se encaminaron a la playa acompañadas de Gabrielito, quien era el más pequeño. El niño rehusó meterse al agua, porque era obediente y además tenía temor de convertirse en un pez como decían los mayores. Temeroso Gabrielito se sentó sobre una barca que estaba en la arena boca a bajo a observar a sus hermanas y a aventar conchitas y caracoles al agua mientras que Juanita, Perlita y Margarita, las tres niñas desobedientes corrieron encantadas y se metieron al mar.

            ...Era un viernes santo, viernes de silencio...las niñas jubilosas nadaban y nadaban en el agua, la que estaba muy fría, cortando con sus manitas las olas... y cuentan los mayores que cuando las niñas nadaban escuchaban raros murmullos en el agua, las que se pusieron más turbulentas, y de pronto todo se oscureció por unos instantes y sentían una rara transformación en sus cuerpos, luego espantadas vieron que de la cintura para abajo tenían la figura de un enorme pezy empezaron a rodearlas una gran cantidad de peces, las niñas desesperadas querían salir del agua, pero la corriente las jalaban mar adentro seguida de sus compañeros los peces, y ante los asombrados ojos del niño quien gritaba asustado, y las llamaba llorando, levantando sus manitas con impotencia al aire, pegando saltos sobre la panga, pero las niñas se alejaban más y más diciendole a Dios con sus manitas.

            Por su desobediencia las niñas se habían convertido en tres hermosas sirenitas quedando sus padres y hermano sumidos en la tristeza. Y contaban los ancianos que los padres de las niñas desobedientes, salían todos los días hasta el anochecer, a recorrer las orillas del mar con la esperanza de ver a sus hijas aunque sean convertidas en sirenas...pero que nomás ondeaban sus escamosas colitas de pescado entre las hermosas olas confundiéndose con los murmullos del viento y el mar las voces plañideras de este triste y bello canto de las desobedientes niñas que un viernes santo se metieron al mar.

            “Nuestros padres y hermano, ¿dónde estarán? Al vaivén de las olas nos alejamos más  y más. Cómo olvidar, fue un viernes santo las niñas se metieron al mar, por ser desobedientes son sirenas de la mar”.


            Aquel viernes santo, viernes de silencio alrededor de las hornillas inundadas de aromas, todos estábamos en suspenso escuchando a la abuela, hasta mi viejo perro el pachuco estaba tirado a mis pies emocionado, y continuó diciendo mi nanita, y cuentan que sus padres ya viejitos, seguidos de muchos niños, buscaban a las sirenitas por toda la orilla del mar, para escuchar su triste canto, que un día, a sus padres, ya no le vieron nunca más...terminó diciendo la abuela añadiendo que el viernes santo es el día más grande para toda la humanidad y desde entonces se hizo la conseja popular que los mayores aconsejan a sus hijos que el viernes santo se debe de guardar y sobre todo, no meterse al mar porque se convertirían en sirenas.

viernes, 20 de marzo de 2015

LA PAZ QUE SE PERDIO
POR MANUELITA LIZARRAGA

“LA CASA DEL CUCURUCHO”.

            Antaño, cuánto miedo sentía al pasar por esa antigua mansión en mi época de estudiante...la casa del cucurucho...la gente le sacaba la vuelta, tenían mucho temor de pasar por allí, por todo lo que se contaba de ella...estaba envuelta en la leyenda...era motivo de cuentos de los mayores alrededor de las hornillas en épocas de lluvias. Era una casona construida de ladrillo, de techo alto de cuatro aguas, de teja manila, la que siempre estaba abandonada ubicada en las calles 5 de Febrero y Madero, la mencionada mansión, estaba rodeada además de la leyenda, de un solar baldío, por donde la gente del pueblo se acostumbró a transitar para acortar camino.

            Fueron incontables las personas asustadas en esa casa...se contaban varias leyendas sobre ella. Algunas gentes vieron a una niña de rubios cabellos recargada en el cristal de la ventana con un gesto de dolor en el rostro llorando, haciendo señas con sus manos, con desesperación...otros decían que en la pileta del patio, en la que antiguamente curtían cueros, escuchaban el llanto lastimero de un niño...también decían que miraban a un hombre agachado metido en la tinta, como trabajando en la pileta, con los pantalones arremangados bajo las rodillas y luego desaparacía y otros decían que del solar que rodeaba la casa del cucurucho, salía una alta mujer de largos ropajes blancos de cabellos hasta debajo de las sentaderas, la que se metía entre los demás solares, y el caserío dormido. En esa época, según, pasaba la mujer por donde ahora es la Escuela Rosendo Robles, salía hasta la brecha donde ahora es carretera, y se metía por debajo de la alcantarilla que estaba a la altura de donde está el Yonque el Chepe, por donde pasaban las aguas broncas de un brazo del arroyo de El Palo, y la mujer se iba como flotando por todo el arroyo perdiéndose en la orilla del mar. Fueron varios los osados que la siguieron, pero regresaban espantados por que desaparecía en el mar.

            A falta de radio y televisión, las narrativas de sucesos espeluznantes, de leyendas de viejas mansiones, de la historia de la familia, y de algunos santos contados por los mayores, era motivo de reunión familiar, era parte de nuestras costumbres de antes, que hacían mas ameno el transcurrir de la vida cotidiana de los sudcalifornianos. Siempre que paso por donde estuvo aquella antigua casona EL CUCURUCHO viene a mi mente aquella leyenda que la rodeaba, y que nos contaban los abuelos; principalmente la experiencia que les tocó vivir a los señores Enique, María de Jesús, Carlota y Florencio. Todos  ellos ya fallecidos, y.don Florencio contaba este hecho espeluznante que vivieron

            “Por la época de los 40, del siglo pasado, cuando afloraban en ellos las ilusiones, acudieron a un baile que se celebraba como era costumbre, en la escuela Dos; ahora Melchor Ocampo. Y después de disfrutar de una maravillosa noche de fiesta, regresaban caminando a la luz de la luna bajo la lápida celeste tachonada de refulgentes estrellas. Cuando pasaron por la casa del cucurucho, la que siempre estaba abandonada, les llamó la atención que a esas horas de la noche, estuvieran abiertas sus puertas, iluminada únicamente a la luz de las velas, sorprendidos se detuvieron, y con curiosidad se asomaron a la puerta y no podían dar crédito al espectáculo que se ofrecía ante sus ojos, ¡estaba en el centro del cuarto, en un catre, tendido un hombre muerto, rodeado de cuatro sirios encendidos!. Tenía las quijadas amarradas a nudo en la cabeza con un paliacate negro y las manos junto al pecho amarradas también con crespón negro, así como los pies amarrados también.

            A los sorprendidos jóvenes, les llamó la atención que no había dolientes por ningún lado, y se les hizo muy feo, seguir su camino sin acompañar aunque sea un ratito al muerto, porque esas costumbres eran muy respetadas en aquel tiempo. En esa noche de plenilunio, parados aún en la puerta, donde el silencio era roto por el aullar de los perros, se pusieron de acuerdo los 4, y decidieron quedarse a velar el cuerpo aunque fueran unos momentos, porque además ya casi iban a ser las doce de la noche, y antes no se acostumbraban los bailes que terminaran tan tarde, y para ellos esa hora ya era muy tarde y temían toparse en el camino con el llanto lastimero de la llorona, o el judío errante Se metieron al fin a la casa del cucurucho y volteando para todos lados buscando los dolientes, sin ver a ninguno, se sentaron en unas rústicas bancas de madera.

            La mortecina luz iluminaba el cadaverico y barbado rostro de aquel hombre, y en medio del silencio sepulcral observaban todo a su alrededor. Llamándoles la atención que la blanca sábana tendida en el catre, donde estaba el difunto en cada esquina tenía bordada artísticamente a punto de cruz unas iniciales “MB”, en color azul así como la funda de la almohada donde descansaba la cabeza del muerto. Además, vieron también que debajo del catre, como era la costumbre, estaba una plasta de ceniza en el suelo marcada con una cruz dentro de un círculo. Los minutos pasaban y se les hacían interminables por que ni por asomo les daba que se tratara de otra cosa sino de un velorio, pero lo más extraño era que estaba solo el cuerpo sin ningún doliente. Don Enrique se levantó y salió a fumarse tranquilamente un cigarro a la enramada que estaba afuera, con ese pretexto buscaba familiares en los patios y todo estaba en penumbras, porque la luna se metía presurosa entre las nubes, quizás no quería ser testigo de lo que iba a suceder.

            Al término del cigarro, los muchachos decidieron retirarse. Temerosos, extrañados, volteando para todos lados salieron de aquel cuarto y caminaron unos cuantos pasos voltearon hacia atrás sin querer, y cual sería su sorpresa ¡estaban cerradas las puertas del cucurucho envuelta en la mas completa obscuridad!, y unas carcajadas se escuchaban que salían de la casa mientras ellos corrían despavoridos sin parar, con el corazón en la mano hasta llegar a su casa, donde vivían por el arroyo del palo.

            Los muchachos, estuvieron enfermos varios días tomando te de palo Brazil con raíz de choya y bola de cilantro para el susto. Y cuando al fin pudieron platicar lo que les había pasado aquella noche en la casa del cucurucho la familia no les creía y decían que estaban locos. Los muchachos insistieron tanto en lo que les pasó, que sus padres los acompañaron a inspeccionar la casa, pero de día, la que estaba en el mas completo abandono, con telarañas y todo, pero en la enramada se encontraron la chupita del cigarro que el Tío Enrique se había fumado. Por mucho tiempo a estos muchachos  se les quitó la maña de andar en los bailes.

           


La casa en mención, ya no existe. En su lugar se encuentra una moderna construcción. Antiguamente, la casa del cucurucho, fue habitada por una distinguida familia que venían procedentes de El Triunfo. Después, según vox populi, fue una curtiduría de pieles, y antes de estar esta mansión, era un almacén de sal. Seria verdad, o mentira lo que contaban estos señores, cuando yo era niña, pero la verdad es que me daba mucho miedo pasar por ese rumbo. A don Florencio y Don Enrique  le he preguntado nuevamente sobre esta historia y ratificó su versión, del muerto aparecido en el cucurucho.

“…Por el placer de Escribir… Recordar y Compartir…”



martes, 17 de marzo de 2015

LA PAZ QUE SE PERDIO
POR MANUELITA LIZARRAGA


“DON ENRIQUE CUNNINGHAM GASTELUM...Y...EL BOOM DEL COMERCIO EN LA PAZ DE AYER “



            Don Enrique Cunningham Gastelum... Un ocho de septiembre, día de la natividad de María Santísima...nació a la vida eterna...sus ojos se cerraron para siempre...cabalga en las brumas del tiempo, en el viaje sin retorno. Entre crespones y hermosos arreglos florales, el inerte cuerpo de aquel próspero comerciante descansaba en el tétrico ataúd...los labios de su amada esposa, Doña María, su inseparable compañera de toda la vida, en silencio musitaba plegarias rogando por el eterno descanso del alma de Don Enrique...plegarias  a las que se unieron su hijo Jorge, su nuera Blanca y sus nietos Roberto Enrique, Oliver Estuardo y Blanca María; así como sus hermanos, demás familiares y amigos, quienes le acompañaron en el cortejo fúnebre al Panteón Municipal de Los San Juanes, donde fue sepultado el anterior sábado 9 por la tarde de aquel año.

            Los recuerdos danzaban en mi mente en medio de oraciones y de rostros condolidos por la irreparable pérdida de persona tan apreciada y valiosa. Don Enrique Cunningham Gastelum proveniente de honorable y reconocida familia, nació en la histórica población de Loreto, la primera capital de las Californias el 2 de noviembre de 1918; siendo el mayor de once hermanos. Con una preclara inteligencia, a pesar de sus escasos estudios, fue un hombre muy trabajador y emprendedor de exitosos negocios que dieron trabajo y sustento a innumerables familias, siempre con el invaluable apoyo de su esposa la todosanteña María Salgado de Cunningham y quienes estaban próximos a cumplir 55 años de matrimonio. Una cálida tarde de verano, Don Enrique y Doña Mary llegaron con un bagaje de esperanzas e ilusiones a cuestas para sepultar sus raíces y su corazón, cuando era aquella Paz tranquila, de romance, de perlas y de molinos de viento.

            En el evocador kiosco cuando estaba construido sobre el malecón y sin escalera, el que era el punto de reunión de la gran familia sudcaliforniana, Don Enrique y Doña Mary, fueron los primero en La Paz en iniciar el negocio de los raspados de frutas naturales y de sabores de color. También fundaron la funeraria La Paz, “La estrella polar”, la que luego fue Casa Cunningham así como El bebé de Cunningham, El bebé del valle y Tienda la bola; negocios que fueron el auge comercial de su época.

            Por la década de los 50 la gran tienda popular estaba siempre abarrotada de gente...el comercio en todo su apogeo en La Paz de Antaño...aquel aglutinamiento de personas se empujaban a codazos unas a otras, gritando con apremio, amenazando con echar abajo las puertas de cristal de la gran tienda del pueblo la que era una novedad, y la que vendía una diversidad de mercancías nacionales e importadas de diferentes partes del mundo, ya que su dueño el señor don Enrique Cunningham  viajaba constantemente a Japón, España y Estados Unidos así como al interior de la república para realizar las compras personalmente y ofrecer al pueblo sudcaliforniano, los artículos mas novedosos de la mejor calidad a precios increíbles.

            ¡diez pares de chanclas de hule orca pollo!, gritaba la gente, cuatro chamarras, dos crinolinas, diez cortes de tela, cuatro cobijas, etc. Entre atropellones y empujones logre meterme entre aquella multitud, no se sabia quien compraba y quien despachaba...enmarcada con el ruido que hacían el abrir y cerrar de las cajas registradoras y las sumadoras mecánicas. Asombrada entre aquel griterío de gentes donde todos querían ser atendidos y los empleados corrían para todos lados despachando, también yo me puse a despachar sin ton ni son, mi primer cliente fue don Daniel Arce, compraba por mayoreo y me asuste cuando empezó a pedirme los artículos por docenas y centenas...le iba despachando haciendo montón en el mostrador y en el piso, sin saber precios. De pronto, me encuentro a un señor muy atento que desde hacia rato sorprendido me miraba, y le  pregunte los precios de las mercancías para elaborar la nota y hacer las cuentas, y me dio precio por precio sumando la venta, 22.400 pesos de aquellos. No lo podía yo creer y el dueño de la tienda menos; y de pronto me pregunta el señor Cunningham, ¿señorita, quien es usted?. Hay perdone usted, le conteste, ando buscando al dueño de este negocio, para que me de trabajo; pero como vi tanta gente pues me puse a atender a este señor; y me contesta don Enrique muy sonriente. “anda buscando trabajo y ya vendió todo eso, esta usted contratada!”. Don Daniel Arce se dedicaba a la fayuca vendía en las rancherías, el era de La Purísima por el Norte del Estado.

            Antaño, todo los productos del macizo continental eran traídos en barcos japoneses de gran calado que algunos entraban por San Carlos, luego trasladaban las mercancías a La Paz por los caminos de tercería (no había carretera todavía), en camiones de líneas internacionales Tijuana. Así como por vía aérea, Aeromexico, Transmar de Cortes y barcos de cabotaje que atracaban en el muelle fiscal. Preciosas telas de seda traían, así como porcelana, cristalería fina y un sinfín de productos que abastecían las necesidades de las gentes del ayer. Las costureras tenían mucho trabajo eran unas verdaderas artistas que así contribuían al gasto familiar y de esa manera estaban mas vigilantes de sus hijos. Don Enrique Cunningham y su esposa doña María Salgado de Cunningham, mis padrinos de graduación, magnificas personas que se distinguieron por su calidad humana y como jefes fueron muy queridos y respetados por su personal. Unos cuantos meses labore como empleada de piso en el Bebe, y  luego para impulsar las ventas de casa Cunningham me mandaron con doña Mari. ¡Que preciosidades se vendían en esa tienda!. Ubicada en Independencia Y Revolución, contra esquina de la plazuela, a  un lado de la parroquia y frente al antiguo correo. ¡es inolvidable! Cristalería cortada, como juegos de licoreras y perfumeros juegos de te japoneses vajillas, mantelería, así como mantillas españolas bordadas a mano, perfumería de marcas exclusivas así como ropa fina y corsetería, además de equipo para novias y ropa en general. Joyería de oro de catorce y 18 kilates con monturas de perlas naturales sudcalifornianas. Llegaban los pescadores y le vendían  a doña mari los frascos de perlas a granel en 30 y 50 pesos el frasquito, y me encantaba poner las perlas en una concha de abulón a 10 y 20 pesos cada perla. ¡es para no creerse!, cuanto se vendia en esa epoca, abundaba el dinero, el turismo se iba derechito al bebe de cunninghan y a casa cunningham la que recuerdo desde mi infancia se llamaba la “estrella polar”.

             En la década de los 50, el valle de santo domingo estaba en su auge...el trigo, el algodón...los agricultores venían a hacer sus compras a La Paz y vaciaban las tiendas, especialmente casa cunningham y el bebé., tenían preferencia por la chamarra y el pantalón levis que ya vendian el numero 501, así como el pantalón mexicano de la marca EL venado. Camisas vaqueras, cintos y sombreros, así como botas. La bota minera era muy solicitada por los rancheros así como los sombreros, entre tantas cosas propias para sus necesidades. El bebe de cunningham era la tienda mas popular por su calidad, surtidos y precios. El dólar en ese entonces estaba a 12.50 de aquellos pesos y el salario mínimo a catorce 40. Yo trabajaba por comisión sobre venta al dos por ciento y sacaba hasta 35 pesos diarios. En el bebe de cunngingham todo se vendía barato. Calcetines para caballero 3 por doce cincuenta. Medias cannon 3 por 12.50 fondos dos por 12.50 chancla de hule a dos por 1 peso...etc. don Enrique y doña mari, siempre les dieron muy buen tratos a sus empleados, así como estímulos, quienes trabajaban muy contentos para ellos. Don felipito murillo querido e inolvidable amigo, y compañero de trabajo, siempre estaba a mi lado así como su hijo Germán un magnifico administrador y que decir de las compañera de trabajo del ayer.

            La fecha mas importante en el bebé de Cunnningham y que era esperada por la población por la barata que ponían, era el cinco de mayo, su aniversario...( el apoteosis) y la afortunada madre que daba a luz a su hijo ese día, don Enrique y doña mari les obsequiaban su canastilla bien surtida de ropa de la mejor calidad para el bebe, además le llevaba el mariachi y eran los padrinos del niño que bautizaban. Así fue como es que tiene varios ahijados por aniversarios el bebe, entre ellos, a la educadora, María Enriqueta Lucero Alvarez, quien lleva el nombre de sus padrinos, María y Enrique. El boom del comercio en La Paz que se perdió...las modas...las crinolinas... las serenata con mariachi a la luz de la luna, la cola de caballo, serenatas en el kiosco y la plazuela... con las orquestas del momento de Don Rafael Castro y de Don Luis Gonzalez...y en la bahía apenas se empezaba a ver una que otra lancha con motor entre los veleros... y los pescadores felices hasta se reían solos...había unos cuantos presos en el sobarso tiempos que ya se fueron...pero, entraron los ferris, se abrieron carreteras, el progreso trajo aparejada la crisis en que estamos....mas de 800 presos en la cárcel, la juventud perdida en las drogas, desintegración familiar, perdida de valores, entre otras cosas. Creo que algunos comerciantes del ayer, y los antiguos sudcalifornianos suspiran por ese boom comercial que se perdió.

…Y aquel comerciante de mente tan brillante no necesitaba saber leer y escribir para ser un gran empresario y un admirable ser humano… Cabalga en las brumas del tiempo…


“…Por el placer de Escribir… Recordar y Compartir…”



jueves, 19 de febrero de 2015

“EN EL CUARTO NUMERO SIETE...VOCES Y APARICIONES DE ULTRATUMBA”.

         “ ¡Límpiame!... ¡límpiame!... ¡lávame!... ¡qué me laves te digo!”...son voces que se escuchan en el cuarto número siete, en penumbras en cierto hospital de prestigio...son varios los espantados...de repente, sienten un escalofrío que les enchina la piel y les recorre todo el cuerpo como si les levantaran la piel hasta la nuca...es el miedo...sienten una presencia dentro de la habitación y de pronto se empieza a aparecer a los pies de la cama del enfermo la fantasmal y encorvada figura etérea de una ancianita de blancos cabellos vestida de color azul a cuadritos y muy airada señala con la mano al tiempo que dice ¡límpiame!... ¡límpiame!, ¡lávame y límpiame!, ¡qué me laves te digo!...con pasos lentos camina dentro del cuarto por unos instantes, y se va encaminando hacia la puerta metiéndose  al baño.
Esta terrorífica y escalofriante experiencia la vivieron hace pocos días, madre e hija, Seferina y Juliana, quienes estuvieron por varios días internadas en el cuarto número siete, ya que Juliana fue intervenida quirúrgicamente y su señora madre, como es lógico, cuidaba de ella. incrédula, con el rostro descompuesto, muy espantada, cuenta Doña Seferina aquellos amargos momentos vividos en ese cuarto número siete. Eran altas horas de la noche...todo estaba en silencio en aquel hospital de pasillos en penumbras y silenciosos pasos...ella se encontraba descansando en el sofá con el rostro semi cubierto con un chal...observando el cuerpo de su hija; atenta al goteo del suero, contemplaba la palidez de su rostro y el rítmico latir de su corazón...de pronto, de las sombras que cubrían el cuarto número siete, se apareció a los pies de la cama de la enferma la fantasmal figura de una viejecita encorvada de cabellos blancos vestida de color azul a cuadritos, con el rostro descompuestos por la ira...moviendo los ojos y labios al tiempo que una mano, como si ordenara algo, pero Seferina no alcanzaba a escuchar que decía.
Horrorizada, temiendo que su hija se despertara y se asustara con aquella tétrica aparición, se levantó rápidamente rumbo al baño, y ante su sorpresa, la pequeñita mujer la seguía...cuando Seferina abrió la puerta del baño la ancianita le ganó, y atravesándose a través del cuerpo de Seferina, ésta se metió al baño hasta la cortina del mismo; entonces, Seferina rápidamente cerró la puerta y no entró, quedando la viejecita dentro del baño. Todo pasó en un instante que a Seferina le parecía siglos...angustiada y temerosa, sin comprender todavía por qué pasaba esto que estaba viviendo, ella que no creía en estas cosas de aparecidos, y hasta se burlaba cuando escuchaba comentarios sobre el tema y sacando fuerzas de su amor de madre, para no asustar a su hija se acostó nuevamente echa bolita, tapándose la cara encomendándose a Dios, rogándole que no permitiera que pasara una noche más en ese cuarto, y pidiéndole por esa alma en pena. Al fin amaneció, y la claridad del nuevo día iluminó cuartos y pasillos de aquel hospital. Desde luego, no le dijo nada a la enferma ni a nadie, para que no se filtrara el comentario sobre este macabro suceso y se asustara la muchacha.
Añade Doña Seferina que al pasar por la recepción la tarde de ese mismo día, estaban varias enfermeras cuchicheando entre ellas, muy quedito, pero que alcanzó a escuchar que una de ellas, muy airada haciendo gesto con la mano decía “ ¡Les digo que aquí espantan muchísimo y no me lo quieren creer!”. Al pasar ella, la joven bajó la voz, temerosa de que la escuchara...y Seferina pensó...”Si supieran la noche que yo viví tampoco me lo creerían”. Al fin dieron de Alta a Juliana la tarde del día siguiente, pero al llegar a su casa, la muchacha le dijo a Seferina “Mamá, gracias a Dios que ya estamos en casa; no te quería asustar, pero en ese cuarto número siete del hospital, ¡espantan!.
¡Pero cómo!”, le dijo sorprendida la señora Seferina a su hija, sin contarle lo que ella vivió. – Fíjese mamá que hoy al mediodía que usted se fue a comer a la casa de mi tía, ¿recuerda que le hablé por teléfono urgiéndole que se viniera pronto y me trajera una prenda de vestir?, ¡pues era puro pretexto!, porque tenía mucho miedo; pasé unos momentos muy terribles y estaba muy solita, operada, con el suero y todo, sin poderme mover, no quise decirle nada en el hospital para no asustarla, pero le pedía a Dios que ya no pasara un día más en este cuarto número siete y llegara la noche porque no lo iba a soportar.- ¡Pero que viste hija!. –Eran como las tres de la tarde de aquel terrible día...el cuarto estaba a obscuras  y el televisor apagado...de pronto ante mis asombrados ojos se apareció a los pies de mi cama una viejita que se fue caminando junto a mis oídos con el rostro churido de coraje diciéndome al tiempo que señalaba con su mano muy airada, ¡lávame y límpiame!, ¡que me limpies te dijo!, ¡límpiame y lávame!.
Cerré mis ojos para no ver...y en silencio me puse a orar...no podía creer lo que estaba sucediendo, en pleno siglo XXI, y que yo una profesionista a mis escasos veinte años viviera esta macabra experiencia. Estaba rezando con los ojos cerrados y la orden se seguía escuchando, hasta irse apagando poco a poco...luego, todo quedó en silencio...no quería abrir los ojos...así me quedé por un buen tiempo...después de un rato que me pareció una eternidad, la puerta se abrió y escuché la voz más hermosa y amada de mi vida que deleitó mis oídos, alegró mi corazón y volvió la calma a mi alma. – Ya estoy aquí hija...aún así no abrí los ojos...y usted creyó que yo dormía...pero no era así me aguanté de no decirle nada para no asustarla. Así es que, mutuamente, madre e hija que vivieron esta experiencia, no se querían asustar.

...Por las dudas...ten mucho cuidado con los cuartos números sietes en los hospitales...más vale que te vayas persignado, no te vayan a espantar...

“…Por el placer de Escribir… Recordar y Compartir…”


Este trabajo fue publicado, hace más de 10 años en el periódico “El sudcaliforniano” revista “Compás” y programa de radio “Contacto directo”







martes, 27 de enero de 2015

“MUJER EJEMPLAR...LA SUDCALIFORNIANA DOÑA RAFAELA VERDUGO DE GONZALEZ...Y LA CASITA DE MIS RECUERDOS”.



            Mis pasos me llevan continuamente por esa callecita donde se pierden en el polvo y el pasado las huellas de mi vida...al ver la casita desentablada que amenaza derrumbarse por el paso del tiempo, y que albergó parte de mi feliz infancia...como corceles desbocados galoparon en mi mente los recuerdos transportándome a aquella época en que alguna vez también yo fui niña y tenía apenas seis añitos...y embargada de gran emoción me encaminé al hogar de la distinguida y muy querida señora Doña Rafaela Verdugo Verdugo, viuda de Gonzalez, tan unida a mis recuerdos que forman parte de mi vida y que al paso de los años tengo la fortuna del reencuentro del pasado con el presente, regalándome gratos momentos en el ocaso de su vida, y cuando mis pasos también ya van siendo lentos, que disfrutamos mutuamente.

            Su rostro está como una sonreida margarita...en el invierno de su vida, en su cabeza florecieron los lirios...sus ojos son como una fuente de cristalinas aguas que reflejan la dulzura de su alma...su pequeña figura, encorvada por el paso de los años, encierran un espíritu bondadoso y fuerte, de proporciones inmensas...esa mañana de Otoño en que los árboles se deshojan, y los pájaros canores cambian su hermoso plumaje, al rítmico vaivén de la rechinadora y cómoda poltrona, en el amplio corredor inundado de pájaros y custodiada por dos enormes perros, el “Rocky” y el “Duque”, sus fieles guardianes, Doña Rafaela Verdugo Verdugo dijo que nació un 24 de Octubre de 1911 en el pintoresco pueblo minero de Santa Rosalía, cuando la explotación del cobre y otros minerales estaban en su auge. Su padre, Don Vicente Verdugo fue un aguerrido capitán de los siete mares, que tripuló barcos mercantes guiados por la brújula y las estrellas; entre los barcos que recuerda que conducía son los Korrigans, El Mavari, El Precurso, El Matilde, El Edna rosa, El Raúl, El blanco, entre otros muchos que hicieron historia en la navegación en la península; y su señora madre fue una industriosa y gran mujer, Doña Catalina Verdugo, nativa del rancho ‘El romerrillal”.

            Debido al trabajo que desempeñaba su padre, el capitán Don Vicente Verdugo, un tiempo vivieron en Santa Rosalía y otro tiempo en Guaymas, Sonora, hasta que finalmente cuando ella tenía siete años se vinieron a vivir a La Paz; concretamente por el palmar del barrio El manglito, por la mojonera, cerca del gran estero del arroyo del palo, el que estaba tan hermoso todo eso inundado de manglares y pájaros canores y felices jugaban todos su hermanos: Francisca, Dora, Socorro, Mariana, Josefa, Rosario, Catalina, Justino y Daniel a quienes recuerda con gran cariño. Eran tiempos de Jauja en La Paz...estaba en su auge la explotación de la perla, la minería, la ganadería y la pesca...había muchos molinos de viento y huertos inundados de árboles frutales, que hasta se echaban a perder, así como del alegre trino de los pájaros que alegraban aquel ambiente provinciano.

            Los recuerdos iluminaron la mirada de la dulce y tierna muchacha antigua, Doña Rafaelita, quien arrellanándose en su poltrona, continuo diciendo “En 1918, el 15 de septiembre azotó un devastador ciclón en La Paz, el más grande de todos los tiempos que se recuerda, y que gracias a que su padre, marinero y previsor que era, construyó de fuertes troncos la casita bajo las palmeras, y sobrevivieron sin ningún percance, a este gran huracán. Su mamá Doña Catalina Verdugo, fue una mujer muy industriosa y trabajadora, hacía sombreros de lona y de palma para vender a los pescadores, así como era una diestra cazadora de liebres y pájaros, los que abundaban por ese manglar. Hacía trampeadoras y atrapaba los pájaros, los que mandaba a sus hermanos  y a ella a venderlos por las casas, ya que era una costumbre tener pájaros en cada hogar, porque decían los mayores que el tener pájaros, era una buena terapia para los nervios. Doña Rafaelita, cursó su primaria en la Escuela Número 48, la que estaba ubicada en la casa de la familia Amao, en Juarez y Revolución. Antes dijo se estudiaba hasta cuarto año y los alumnos salían muy bien preparados para ser maestros, pero ella se dedicó a las labores del hogar, que era una escuela de oficios y artes al lado de sus padres.

            Así, transcurrieron los años y de la infancia pasó a la adolescencia en las orillas del mar, entre peces y pájaros, y las ilusiones afloraron en su joven corazón. Una soleada mañana que andaba revisando las trampeadoras de pájaros en los manglares del arroyo, el que era un gran estero, en su barca caracola, llegó a su casa buscando un sombrero de lona Pancho el pescador; el joven Francisco Gonzalez, quien era toda una leyenda este muchacho por su valentía y dominio en las artes de la pesca. Ese día se conocieron, naciendo un profundo amor entre ambos, que culminó en el altar. Bendijo el creador su hogar con 8 hijos: Aurelia, Rafela, Marianita, Dolores, María de los Angeles, Socorro, Francisco y Ramón; así como creció a los hijos de su hermana Josefa, quien muy joven falleció, dejando tres niños en la orfandad, Yolanda, Enrique y Xóchitl.

            Doña Rafaela Verdugo y Don Francisco Gonzalez fueron padres ejemplares quienes durante toda su vida demostraron el alto espíritu de servicio, y formaron una bonita familia muy unida educada a las normas y las costumbres de su época. En la casita de mis recuerdos, a un lado de la casa de ellos, vivimos muy felices mis padres, hermanos, mi abuela y el perro el pachuco. Cinco décadas atrás, todos éramos como una gran familia. Las grandes hornillas de Doña Rafaela  y las de mi madre, siempre estaban encendidas llenas de cazuelas rebosantes de exquisitos y aromáticos guisados que jubilosos compartíamos. ¡Una guazanga se  hacía con aquel montón de chamacos!, y Don Panchito siempre se preocupaba porque todos comiéramos juntos. Cómo olvidar, cuando el hacíamos guardia a la gran olla de cocido que Doña Rafaela, ponía en unas improvisadas hornillas en el patio, y nos mandaba a atizar la lumbre o a despumar el caldo al primer hervor, is hasta le bailábamos alrededor de la olla de cocido con todas sus verduras, y aquella cazuelona de arroz coloradito que tan sabroso hacía,  mientras que en la cocina se escuchaba palmear haciendo las tortillas de maíz. Era un alboroto en la gran meza con su hule floreado y su blanco mantel de lindos bordados. ¡que tiempos!.

            Al término de aquel banquete,  después de lavar los trastes, por que en esa casa cada quien tenía su quehacer, con la toalla en el hombro, nos íbamos todo el muchachero y hasta el perro, a bañar a la playa; allí nomás a la bajadita, en el palmar de Abaroa. Antes de que se pusiera el sol, ya estábamos en casa y la cena ya estaba lista. Que felicidad! Después de la cena y de hacer las tareas jugábamos a las escondidas a la cuerda, a los colores, al matarile, el cani cani, y  rematábamos con la lotería a la luz de los candiles, hasta mi abuelita participaba en el juego. Esa casita de mis recuerdos al lado de la familia Gonzalez Verdugo, la que ya está a punto de derrumbarse, 50 años atrás fue muy hermosa. Allí vivieron antes que nosotros, la mamá y la abuelita de Doña Rafaela. Así eran las casa de los que menos tenían en aquellos tiempos.

            Los domingos, después de ir a misa, las muchachas Gonzalez Verdugo y mis hermanas mayores rentaban una panga con don Rafaelito frente al malecón y nos llevaban a pasear a canalete y vela tendida por la hermosa bahía de La Paz. Les encantaba pasar por debajo de los pilares del muelle fiscal,  y por todo el canal. Mientras le daban al canalete las jóvenes iban cantando y los chamacos chiquitos íbamos con los ojos muy pelones, muy contentos contemplando aquellas maravillas bajo las cristalinas aguas y las blancas arenas. Con su alto espíritu de servicio, Don panchito y Doña Rafaela fueron los de los pioneros, entre muchos otros ciudadanos, que impulsaron la fundación del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe y la Ciudad de Los Niños. Trabajaron tenazmente para lograr su desarrollo desde la primera piedra del templo. Hacían kermes, rifas y tantas cosas para recaudar fondos, así como ayudaban en las labores de atención de los niños internos. Fueron Guadalupanos distinguidos. Fue época de mucho trabajo; estos guadalupanos dejaron su mayor esfuerzo en la construcción del santuario de Nuestra señora de Guadalupe y en mí un bello recuerdo de una familia maravillosa, gran amiga de mi madre que compartió el pan y la sal con nosotros así como gran parte de su vida cotidiana. Donde abundaron las vivencias y cómicas travesuras y anécdotas de aquellos tiempos.

            ¡Muchas felicidades Doña Rafaela Verdugo de Gonzalez!. Gracias por concederme el privilegio de su amistad...Dios la guarde por muchos años más y a mí, para seguirla disfrutando… Doña Rafaelita cabalga en las brumas del tiempo… “Tienen tus ojos un raro encanto…tus ojos tristes”…

            ...Esa casita de madera a punto de derrumbarse...mudo testigo del pasado...guarda gratos recuerdos familiares en aquella Paz de Antaño y de la familia González Verdugo…


“…Por el placer de Escribir… Recordar y Compartir…”







lunes, 19 de enero de 2015

“!MATARON AL ZAPATERO!...GRITABA EL PERICO...FUE UN SUCESO QUE CONMOVIO A LA POBLACION ”



            Cuentan los mayores, que gracias al perico se descubrió este alevoso crimen del zapatero y su esposa...otros dicen que la niña al ver entrar a los asesinos, asustada se metió dentro de un barril y se cubrió de trapos la cabeza...fue la única que se salvó de las manos de los asesinos...corría el año de 1915...tiempos de movimientos políticos y revolucionarios en La Paz...Don Miguel Armenta Ramos era el talabartero, zapatero y remendón de aquella Paz de antaño...su hogar y taller estaba ubicado en las calles Revolución y Juarez...era una casona de madera con techo de tejamanil de 4 aguas...tenía un gran patio con muchos mezquitales, donde bajo su fronda la niña Cristina jugaba... y en el corredor junto al tinajero estaba la jaula con el perico...Don Miguel y su esposa Agustina Martínez fueron personas muy apreciadas por las gentes del ayer...la calidad de los trabajos que realizada, así como con su trato amable, se había ganado la preferencia y simpatía del público consumidor.

            Era tanta la demanda de calzado y de trabajos de reparación, que el zapatero se vio en la necesidad de contratar dos empleados...cuentan los que saben mucho, que éstos eran de Colima y la gente los bautizó como “los colimitas”. Los jóvenes trabajaban bien y poco a poco se iban ganado la confianza del zapatero y su esposa, así como de la gente del pueblo. Nadie se imaginaba que estos hombres que vinieron de fuera eran de mala entraña. Aquella cálida mañana del mes de Agosto, la muerte rondaba por la zapatería...una noche antes, los empleados del zapatero se habían emborrachado y eran de los que la “agarraban y la seguían”...y dicen que los perros del barrio habían aullado lastimeramente anunciando desgracia...esa mañana, Don Miguelito Armenta abrió como de costumbre la zapatería...las horas pasaban y los empleados no llegaban; lo que extrañó al zapatero...de pronto, éstos hicieron su aparición en el marco de la puerta del negocio, pero venían cayéndose  de borrachos.

            Los colimitas le pidieron dinero prestado al zapatero para seguir tomando, y naturalmente que el señor se negó. Les reprendió y les dijo que se fueran a dormir a su casa para que se les pasara la borrachera y se presentaran a trabajar al día siguiente. Aquellos hombres eran de mal corazón...tenían negras las entrañas...se fueron renegando profiriendo maldiciones...durante aquel aciago día del mes de Agosto, en la zapatería de Don Miguel Armenta, rompía el silencio el golpe del martillito sobre los clavitos...nadie se imaginaba la desgracia que se gestaba...cuentan que los vecinos en el barrio andaban espantados porque días antes habían escuchado cantar las gallinas como cantan los gallos y eso, según se creía anunciaba muerte. La niña Cristina de 8 años jugaba tranquilamente en el patio con su muñeca de trapo, mientras que de la cocina escapaban aquellos olores de exquisitos guisados elaborados por Doña Agustina.



            Llegó la tarde, y nada importante ocurrió...cerraron el negocio a la hora de costumbre, y se fue cubriendo aquel ambiente de penumbras...como era la costumbre debido al intenso calor del mes de Agosto la gente dormía afuera de sus habitaciones, en los patios y banquetas al aire libre...y Don Miguel, su esposa y su hija, no eran la excepción...eran altas horas de la noche...todo estaba en silencio...los señores dormían plácidamente en el patio de su hogar cubiertos apenas por una blanca sábana...amparados por la sombra de la noche, y ante los asombrados ojos del perico, los asesinos penetraron a aquel hogar...tomaron las hachas del taller y sin remordimiento alguno, no se tocaron el corazón para matar a hachazos al zapatero y su esposa.

            Una versión cuenta que la niña se salvó de milagro, porque estaba al fondo del patio durmiendo en un catre bajo los mezquitales...otros dicen, que la niña al escuchar ruidos de alguien que se metía a su casa y al ver que sus padres dormían, sintió miedo y se metió en un barril echándose ropa encima para que no la vieran; por eso, fue la única que se salvó. La hermana de Doña Agustina acostumbraba visitar la casa del zapatero muy de mañana para tomar el café con ellos, y estaba impuesta a que lo primero que miraba a esa hora de la madrugadita, era a su hermana barriendo la calle y banqueta. Pero esa mañana le extrañó sobre manera que no andaba afuera la esposa del zapatero...alarmada, presintiendo que estuviera enferma, o que algo malo le hubiera pasado, presurosa se metió a la casa. Y lo primero que escuchó fue al perico que decía: “LOS COLIMITAS MATARON AL ZAPATERO!...!MATARON AL ZAPATERO!”...que era una cantaleta del perico como si le hubieran dado cuerda, pero cuando entró al patio su sorpresa fue muy grande...el cuadro que estaba ante sus ojos era desgarrador...en el camastro estaban los dos cuerpos, el zapatero y su esposa con las cabezas destrozadas cubiertos con la sábana que ya no era blanca si no tinta en sangre.

            El grito que emitió la pobre mujer se escuchó varias cuadras a la redonda...enloquecida buscó a la niña, que unos dicen que estaba dormida en un barril, otros dicen que dormía plácidamente en su catre al fondo del patio, y que por fortuna los asesinos no la vieron, sino, también hubiera corrido con la misma suerte. Lo cierto es que la niña se salvó de la masacre y creció al amaro de sus tías, la niña es la señora madre del famoso artista Manuel Ojeda. La vox populi decía que gracias al perico se descubrió a los asesinos y que luego luego los agarraron las autoridades de la época y los mandaron a la cárcel de Mulegé donde según se dice murieron enfermos de lepra. Don Miguel Armenta Ramos, el zapatero fue casado por primera vez con la señora Tomasa Mendoza con quien procreó 8 hijos: María Elena, María de Jesús, Socorro, Juanita, Rodolfo, Enriqueta, Raúl y Rosalía. El zapatero quedó viudo y en su segundo matrimonio con la señora Agustina Martínez procreó una niña, Cristina.

            Cuenta Doña Rosalía Toledo Armenta, viuda de Araiza, nieta del zapatero asesinado cruelmente, que su mamá Doña Juanita Armenta de Toledo le contaba esta triste historia de si abuelo a quien no tuvo el gusto de conocer ya que esta desgracia sucedió en los primeros días en que se casó su mamá en el año de 1915. Doña Rosalía es una hermosa muchacha antigua que nació en Septiembre de 1918 y que tiene dos hijos; Gustavo y Carlota, un saludo afectuoso para ellos. La casa del zapatero, como es lógico se cerró...al tiempo, su dueño la rentó a un señor Domínguez quien puso una cantina, donde se suscitaban pleitos; y en uno de tantos pleitos, mataron a otra persona de un balazo, allí donde fue la casa del zapatero...cuentan que intervino la autoridad y la casa del zapatero quedó abandonada por mucho tiempo...se dice que la gente que pasaba por allí escuchaban estertores de agonía...estos sucesos se perdieron en el tiempo y en el olvido...a través de los años los que han tenido la mala suerte de pasar por allí y que escuchan estos estertores agónicos ignoran que allí murieron trágicamente tres personas.

            ...”!LOS COLIMITAS MATARON AL ZAPATERO...MATARON AL ZAPATERO!”, gritaba el perico.


“…Por el placer de Escribir… Recordar y Compartir…”