miércoles, 29 de abril de 2015

LA PAZ QUE SE PERDIO
POR MANUELITA LIZARRAGA

“LA MUJER DE NEGRO DE LA 16...QUE SE SUBE A LOS TAXIS Y LUEG DESAPARECE”.




            En las madrugaditas aquellas de La Paz de los molinos de viento, en las empedradas calles se escuchaba el fuerte traqueteo del negro carruaje tirado al trote por brísos y negros corceles también, llevando su bella pasajera, al que estaba envuelta en la historia y la leyenda “La dama de negro de la 16”...perdiéndose carruaje y mujer en la nada, en la obscuridad de la noche.


         En la actualidad, son varios los taxista espantados a quienes por la madrugadita, una joven y hermosa mujer vestida elegantemente toda de negro, les hace la parada en las calles 16 de Septiembre y Revolución...ésta, según se sube al taxi, les ordena “Rumbo al panteón”, pero cuando ya casi van llegando, la bella pasajera desaparece...el asiento trasero del vehículo va completamente vacío, impregnado a perfumes de flores de madreselva y huele de noche.

            Sobre esta macabra aparición, cuenta Doña Estefana, linda señora de la tercera edad, que sus mayores les contaban cuando niña la leyenda de la mujer de negro del arroyo de Los Sandoval, el que después se llamó arroyo central, y ahora es la calle 16...que desde la época de la colonia, fueron varios los vecinos de esas calles que se despertaban en las madrugadas aquellas al escuchar el fuerte traqueteo de un carruaje negro tirado al trote por bríosos corceles negros también, y los osados que abrieron sus ventanas para ver de donde procedía ese ruido quedaron admirados que a esa hora de la madrugada, estaba una mujer vestida toda de negro haciéndole la parada al carruaje y luego ésta se subía en él, perdiéndose en la obscuridad de la noche...que cuando empedraron la calle Revolución por los años de 1920, el ruido de las ruedas del carruaje resonaban más fuertes en el empedrado, como alegre castañuelas, y la gente, a fuerza de la costumbre,  nada más se daba vuelta entre las sábanas y decían “Es el cuarruaje que viene por la dama de negro” y seguían durmiendo.

            Continúa diciendo Doña Estefana que contaba su abuela que en los tiempos aquellos corría de boca en boca la leyenda de que existió en La Paz una hermosa mujer quien se vestía siempre de negro...nunca se supo su nombre, ni donde vivía, ni de donde vino, la dama de negro estaba envuelta en el misterio, se aparecía de repente en los bailes o en los eventos de más importancia en La Paz, como buscando algo o a alguien,  siempre vistiendo igual, con una mirada profunda, cargada de tristeza...la gente se acostumbró a ver a la bella joven vestida de negro...de repente no se le vio nunca más, lo que fue muy notorio. Al tiempo, corrió la leyenda que se aparecía haciéndole la parada a los carruajes y luego a los vehículos de la época, y así a través de los años, generación tras generación son muchos lo que la han visto y subido a su vehículo y luego se les desaparece quedando aterrados...

            Ahora, al llegar a nuestros días ya son varias las personas que han visto a la dama de negro por la madrugada en la esquina de Revolución y 16 de Septiembre, haciendo señales como parando vehículos, y que desafortunadamente si pasa un taxi por ahí, la sube, ella da órdenes que rumbo al panteón y luego desaparece en el trayecto ante los aterrados ojos del chofer quien no puede dar crédito que tan bella pasajera vestida elegantemente toda de negro, desaparezca nada más así como así.

            Uno de los taxistas, quien pidió no mencionar su nombre, porque pensarían que está loco, cuenta su macabra experiencia:

            Que aquella madrugadita, como a las 4.30 de la mañana, iba él al Hospital Militar a ver un hijo enfermo...que al hacer el alto en calle Revolución porque el semáforo estaba en color rojo, de pronto, de la nada, se apareció una linda muchacha vestida toda de negro, haciéndole la parada, solicitando el servicio, y como la vio tan apurada y muy afligida le dijo que se subiera...recuerda el chofer, que le dijo “suba señorita, no se vaya a romper las medias”, y la muchacha subió y se arrellanó comodamente en el asiento trasero, para eso se prendió el semáforo en verde, y ella ordenó “Rumbo al panteón por favor”, enfilé por la calle Cinco de mayo, golpeaba a mi nariz el exquisito aroma a flores del perfume de la pasajera...por el espejo miraba su bello rostro...los ojos llorosos de mirar profundo estaban cargados de tristeza...la bella, iba muy callada y meditabunda, yo para romper aquel silencio, le dije, “tuvo suerte señorita de encontrar un taxi a esta hora, me dirigía al hospital a ver un hijo enfermo”...ella no contestó...en eso, doblé a la izquierda por la calle Gómez Farías, rumbo al panteón, como ella había ordenado...pero al hacer el alto en la calle Morelos, voltee a ver el retrovisor buscando aquella triste y llorosa mirada de la bella y perfumada pasajera vestida de negro, pero para mi sorpresa el asiento trasero iba completamente vacío.

            No daba crédito a lo que estaba viviendo, no sentí miedo de pronto, sentí preocupación y pasando los cuatro altos, estacioné el taxi buscando por todos lados, pero todo estaba en silencio en la más espantosa soledad...la misteriosa mujer había desaparecido...empezó a soplar un vientecillo helado y los perros empezaron a aullar lastimeramente...entonces comprendí que lo que estaba viviendo no era normal, y entonces si sentí un miedo escalofriante, no se como pude llegar a mi casa, me metí bajo las cobijas y me hice bolita, temblando todo, ni de mi hijo enfermo me acordé en ese momento. Sufrí de depresión por un tiempo, pero ya estoy recuperado, gracias a Dios, y por las dudas ya no levanto gente pasando la media noche, aunque vengan vestidas de blando o de negro y ni por muy bellas que estén, terminó diciendo el taxista, añadiendo que a varios compañeros del volante les ha sucedido lo mismo pero que prefieren no contarlos porque no les creerían que en pleno siglo veintiuno sucedan estas cosas.

“…Por el placer de Escribir… Recordar y Compartir…”



jueves, 23 de abril de 2015

LA PAZ QUE SE PERDIO

“EL AHORCADO DE LA CALLE 16 DE SEPTIEMBRE”

POR: MANUELITA LIZARRAGA

El constante rechinar de la cuerda que se mecía lúgubremente de la viga de aquél techo, en el piso superior tenía inquieto al empleado de aquella prestigiada negociación de la calle 16 de Septiembre e Isabel la Católica. y harto de tanto escuchar ese vaivén que le erizaba  la piel y se la ponía como de gallina, aquella tarde de invierno el joven Idelfonso animado por sus compañeras de trabajo, tomó la firme decisión de investigar que eran esos macabros ruidos que le parecían que le taladraban el alma. De dos zancadas subió las escaleras de madera hacia el almacén, y el fuerte taconeo de sus pisadas no lograban apagar el suave rucu-rucu de la soga que se mecía lentamente.... escuchándose al momento un horripilante alarido de espanto, al tiempo que rodaba aquel joven hasta el suelo por las escaleras.


Fue una oscura tarde de invierno....llegue a esa negociación con un proyecto de publicidad a pedimento del gerente, en esa época hace ya diez años. “Señorita, les dije; es tan amable de anunciarme con el señor fulano?” Las jóvenes con el espanto reflejado en el rostro se miraban una a la otra tirándose la bolita...apretujándose las manos muy nerviosas decían, “ que vaya ella, no, sube tú,” decía la otra, con la mirada recelosa, volteando para todos lados como asustada,  lo cierto es que ninguna de las dos quería subir por aquellas tétricas escaleras, ni aunque les dieran todo el oro del mundo. Bueno, pues que le pasa por que tienen tanto miedo? Yo necesito hablar con el gerente, por que esta publicidad tiene que salir ya. Las pobres jovencitas casi lloraban y temblorosas me dijeron, señora, cree usted en los espantos?...pues ....pues....pues fíjese que sí. Vera usted,  que no queremos subir por que arriba sale un  hombre colgado de una cuerda con los ojos muy pelones y la lengua colgando casi hasta medio pecho, !como así, no puede ser, si estamos en pleno siglo XX, le dije incrédula! Y las pobres muchachas haciendo la señal de la cruz, dijeron se lo juramos por esta. El pobre Idelfonso un compañero nuestro tiene tres días enfermo por el susto que se llevó, no se ha presentado a trabajar y nosotros, pues antes de que den las 7:00 de la tarde ya  nos queremos ir a nuestras casas.


Continuaron diciendo las muchachas, que hace mucho tiempo que se escuchaban ruidos raros en el piso de arriba, así como alaridos agónicos, pasos, y un fuerte ruido como algo pesado que cae al suelo. y aquella tarde que se escuchaba todo aquello, le picaron su amor propio a Idelfonso y le dijeron que era un miedoso. Ni tardo ni perezoso, el muchacho subió de dos zancadas las escaleras entró al almacén y al momento empezó a gritar histéricamente !hay un ahorcado...hay un ahorcado!, al tiempo que rodaba hasta el suelo por las escaleras, con el  rostro descompuesto por el espanto. Cuando el muchacho se calmó un poco, dijo “el ruido que se escuchaba es una soga con un hombre joven colgado con los ojos muy pelones  y la lengua colgándole a medio pecho, se mece lúgubremente y el hombre viste pantalón ancho de mezclilla camisa de manta, un paliacate rojo anudado al cuello, estaba descalzo y un pedazo de tronco ladeado a sus pies; y lo más espeluznante es que ante mis propios ojos se fué desvaneciendo aquello que  era como una visión fantasmal”. Dijeron las jóvenes que el muchacho se deprimió tanto que ya no regreso a trabajar; y que ellas andaban buscando otro trabajo, por que ahora que sabían que sale esa alma en pena, del ahorcado les da mucho miedo. Antes escuchaban los lamentos agónicos y los ruidos, pero no le daban importancia y el rucu rucu del mecate, creían que eran ratones; pero después de esto, ya no querían trabajar ahí. Terminaron diciendo Rocío y Elena. Ante estos argumentos tampoco yo quise subir esas escaleras, y como ya era muy tarde deje pendiente el proyecto de publicidad, para llevarlo otro día, pero que fuera de día, por si las dudas, no vaya a ser la de malas...y me fui rapidito, parecía que hasta el viento me llevaba.

Sobre el ahorcado de la 16, cuentan los mayores que por la década de los treinta, cuando La Paz, era territorio y era gobernada por jefes políticos o militares, esa parte del pueblo era puro monte, y perdida en ese monte estaba una casita de adobe y techumbre de palma, sombreada por grandes y viejos mezquitones, además de un gran palo verde. La casita estaba habitada por una señora que vivía sola, y hacía pan, empanadas y tamales para vender; que un jovencito del pueblo le vendía sus productos y que una de tantas veces le llegó a la señora con cuatas mochas, diciendo que se le perdió el dinero, y la mujer se enojó tanto, que sin decir una palabra agarró una soga, y colgó al pobre muchacho del gran palo verde. Que nunca se hizo justicia por que la mujer era pariente  de un general.

Otra versión sobre el ahorcado de la 16, cuenta don Polito, un tierno viejecito de 90 años de edad, que le contaba su padre, que en el siglo pasado, en la época de la explotación de las minas de San Antonio y el Triunfo, que estaban en su apogeo, y que rodaban el oro y la plata, venía la “conducta” cargada de barras de oro y plata por lo pedregosos caminos reales, era una carreta tirada por doce mulas negras, que se dirigía rumbo a La Paz,  al muelle fiscal concretamente donde sería embarcado el mineral; y después de hacer la obligada parada en la posta de San Pedro, la Conducta continuo su camino rumbo a su destino.... que nomás se escuchaba el chasquido del látigo sobre los lomos de las bestias...pero que al dar vuelta por los cruces del camino donde después fue la animita, le salieron al paso unos bandidos y  se apoderaron de la carreta y el asustado cochero no tuvo tiempo ni de tomar su fusil, ya que los bandoleros se treparon por atrás de la carreta, por los lados y derribaron  un árbol y lo aventaron en el camino al paso de vehículo, para que se detuviera.

Dominada la situación, desviaron la carreta con su preciada carga por entre el monte por donde es ahora Isabel la Catolica y 16, y en el gran árbol palo verde colgaron al pobre cochero, bajaron el oro y la plata, soltaron la carreta con las mulas, que a fuerza de la costumbre, llegó sola y vacía al muelle fiscal. Por más que rastrearon y buscaron nunca encontraron el cargamento y a los varios días encontraron el cuerpo ya descompuesto del pobre muchacho. Unos decían que por ese arroyo de la 16 los ladrones sepultaron el tesoro; otros decían que ya tenían listos otros animales, que los cargaron y se los llevaron, lo cierto es que nunca se supo quienes fueron los ladrones ni donde quedo ese valioso cargamento de barras de oro y plata.

Cuando pases por la calle 16 de Septiembre más vale que te vayas persignado y aprietes el paso no vaya ha ser que escuches el lúgubre vaivén de la soga del ahorcado.

…Por el placer de recordar, escribir y compartir….
Facebook: La Paz que se perdió.


jueves, 16 de abril de 2015

LA PAZ Y SUS LEYENDAS.
POR MANUELITA LIZARRAGA

“ LA LEYENDA DEL CERRO DE LA CALAVERA... Y MI ABUELA”.


            Al contemplar con gran pesar la majestuosidad del legendario cerro de la calavera...galoparon en mi mente como en una película, aquella leyenda tan bonita que me contaba una y otra vez mi inolvidable abuelita...corría el año de 1950...era aquella Paz de la música del romance, y del ensueño...de barcos de cabotaje, de molinos de viento y de tantas otras cosas de bellos recuerdos...!nanita, naita! Ya termine de recoger los huevos en el gallinero, pusieron doce gallinas...le dije jubilosa mientras le entregaba la canastita de alambre repletas de huevos colorados...añadiéndole: ahora, mientras me peina, me unta esos menjurjes y teje mis trenzas cuénteme otra vez la leyenda del cerro de la calavera, que algún día conoceré cuando esté grande.

            La dulce muchacha antigua, le pegó una larga chupada al cigarro, y dándole el golpe dijo mientras untaba mis largos cabellos de brillantinas de tuétanos con flores aromáticas que ella preparaba: “cuentan los antiguos que el cerro de la calavera es un volcán dormido...también dicen que allí se hacían ritos prohibidos...otros decían que bajaban platillos voladores. Lo cierto es que hace muchos, pero muchisimos años, por esos rumbos del cerro de la calavera no había caminos ni se llamaba el cerro de la calavera, pero si había muchos riscos y el mar embravecido se enseñoreaba en ellos. El Golfo de California estaba inundado de barcos piratas quienes después de cruentas batallas, ante el asombro de los naturales de estas tierras se metían  a la bahía de La Paz a buscar el mejor lugar para sepultar los tesoros, producto de sus atracos y que han dado paso a bonitas leyendas.

            Los galones fondeaban sorteando los riscos, frente al cerro de la calavera y las aguas se agolpaban a buena altura de los cerros, donde habitaban tribus de indígenas Guaycuras y Coras, quienes tenían costumbres y tradiciones; dominaban la ciencia de la  medicina herbolaria y eran excelentes buzos, pescadores, cazadores y recolectores de raíces y frutas silvestres de lo que se alimentaban. El fruto más exquisito y apreciado para ellos era la pitahaya. Y en época de su cosecha, acostumbraban a realizar matrimonios. Los varones repartían a las mujeres pieles para que cubrieran sus cuerpos o simplemente era motivo de reunión y convivencia de todas las tribus. Sus instrumentos musicales lo hacían con huesos, caracoles, semillas y carrizos, entre otras cosas. Se adornaban con perlas, plumas de algunas aves y conchas finas y tenían más de 30 danzas.

            Flor de pitahaya, era una hermosa doncella de la tribu de los Ichuties o Coras. Hija primogénita de Jerónimo el Grande, un jefe guerrero. La muchacha california estaba prometida en matrimonio con el joven Guaycura Ala de Cuervo, hijo de Nabor, jefe de esa tribu. Como era la costumbre para sellar el compromiso, mediante la entrega de arras que consistía en que él le entregó a Flor de Pitahaya una batea elaborada y labrada en madera de copal, y ella le entregó a Ala de Cuervo una redecilla de hilos de pita tejida por ella misma, formalizando así el compromiso para celebrarse la boda en la cosecha de la pitahaya. Todo marchaba muy bien entre la pareja. ¿Abuelita, era bonita Flor de Pitahaya?, si, cuentan los mayores que era la doncella mas bella de la comarca. En el óvalo perfecto de su rostro, bajo el arco triunfal de las pobladas cejas destacaban los grandes ojos de espesas pestañas tan negros como la noche. Sus labios eran tan rojos y carnosos como las pitahayas, por eso se llamaba Flor de Pitahaya, porque además había nacido cuando la pitahaya estaba en flor, hacía 18 años atrás. La joven cubría su juncal cuerpo de ébano con pieles de ciervo o de venado. Los negros y sedosos cabellos que le tapaban las sentaderas los adornaban con perlas ensartadas en fuertes cordeles, y de su cuello colgaban varios collares de perlas.

            Además, en sus brazos lucía pulseras de caracolitos y concha fina, así como en sus descalzos pies. Pero el más bello adorno que distinguía a Flor de Pitahaya entre todas las jóvenes de su tribu, además de ser muy trabajadora,  era su bondad, ya que el producto de su trabajo lo repartían entre los ancianos y enfermos que no podían buscar su alimento diario. Flor de Pitahaya, con su batea de madera de copal bajo el brazo, artísticamente labrada por ella misma, y con su redecilla de hilos de pita tejida por ella también salía al monte desde las primeras horas a recolectar raíces semillas y frutas silvestres para el sustento diario de los ancianos que no podían hacerlo. Y por las tardes de bellos crepúsculos, cuando la marea bajaba cuentan que se le miraba recolectando los exquisitos productos del mar.

            Una de aquellas tardes en que paseaba por las blancas arenas, su destino estaba marcado. Ante los sorprendidos ojos de la joven, surcaba las cristalinas y verdeazules aguas un galeón pirata que andaba huyendo de sus enemigos, andaba en busca de un refugio seguro. Un apuesto joven de rubios cabellos como el sol y ojos color de cielo piloteaba la embarcación fondeándose entre los riscos al pie del ahora cerro de la calavera. La alarma cundió entre los californios. Pasaron los días y el barco pirata continuaba allí. Las jóvenes de las tribus tenían prohibido salir a realizar sus labores acostumbradas, se temía que los extraños les hicieran daño. Flor de pitahaya se las ingenió y burlando la vigilancia salió rumbo a la orilla del mar a su paseo acostumbrado.  Extasiada contemplaba el crepúsculo, cuando de pronto le salió al paso de entre los riscos aquel joven extranjero, chocando sus cuerpos y tumbándole la batea llena de conchas y caracoles, misma que rápido el muchacho la recogió y se la entregó. Perdiéndose en el profundo abismo de los negros ojos de Flor de Pitahaya, quedando cautivado por el juncal cuerpo de piel dorada perfumada a brisa de mar y a flores del campo. Por su parte, ella también quedó atrapada en aquellos ojos como el mismo cielo y el mar.

            De aquel casual encuentro, siguieron otros, y otros, y otros, naciendo un profundo amor entre los jóvenes, olvidando la muchacha que ya estaba comprometida con el joven guaycura Ala de cuervo, por lo que planearon huir. Por su parte, Ala de cuervo estaba preocupado ya no veía a Flor de Pitahaya con la frecuencia de antes, y  ya se acercaba la fecha de la cosecha de pitahaya y la celebración de su boda. ¿ Que le pasará a mi amada flor?, se preguntaba el muchacho, quizás esté enojada pensó, ya sé, se dijo, voy a buscar las perlas mas hermosas para hacerle un largo collar, y así lo hizo. Pero una tarde, dos jóvenes de la tribu habían descubierto los furtivos encuentros de la muchacha y el extranjero, e indignados fueron a acusarla con los padres de ambos, quienes no daban crédito a lo que escuchaban. Decidieron convencerse y lavar la afrenta. Cautelosos, aquellos jefes guerreros siguieron a Flor de Pitahaya a su cita de amor, y cuando la pareja ya estaba a punto de partir en el galeón, los jefes llamaron a toda la tribu y los aprendieron matando a toda la tripulación, quemando y hundiendo el barco con todas sus riquezas.

            Jerónimo el Fuerte, padre de Flor de Pitahaya y Aguila Voladora padre de Ala de cuervo agarraron a los enamorados que a causa del gran amor que nació en ellos violaron leyes ancestrales, y los arrojaron desde el cerro más alto, cayendo los cuerpos al abismo, destrozándose entre los riscos, muriendo al instante. De esa manera, aquellos hombres lavaron la ofensa, pero no quitaba el profundo dolor causado al Guaycura Ala de Cuervo, quien amaba sinceramente a Flor de Pitahaya, y éste por su parte la hubiera dejado marchar para que fuera feliz con aquel hombre de barbado rostro, ojos de cielo y cabellos como el sol. Cuenta la leyenda que Ala de cuervo se consumía por la tristeza...todas las tardes se subía a la cumbre del cerro de la calavera a contemplar los esqueletos de su amada y de aquel hombre que le arrebató su amor, los que blanqueaban con el sol y el agua salada.

            Pasó el tiempo y nada aliviaba su pena. Se acercaba la fecha de la cosecha de la pitahaya y en la que se iba a celebrar su boda. El día fijado para el matrimonio, la tribu muy alarmada lo vieron subir al ahora cerro de la calavera, iba ataviado como todo un guerrero armado de arco y flecha, llevaba en su mano la redecilla de pita que ella le dio cuando sellaron el compromiso y le colgaba al cuello el largo collar de perlas que para su amada elaboró. Con una cinta de cuero de venado, amarraba las negras plumas de cuervo que adornaba su cabeza. En su rostro reflejaba una gran Paz y en el negro profundo de sus ojos, la muerte. Ala de cuervo iba ataviado para encontrarse con su amada. Se lanzó al vacío, entre los riscos cayendo entre los esqueletos del extranjero y de Flor de Pitahaya.

            Pasaron los años, siglos tal vez, milenios. El tiempo, las aguas y el viento fueron cincelando con formas caprichosa aquel cerro formando tres calaveras. Cuenta la leyenda que esas calaveras son las del extranjero, flor de pitahya y el guaycura Ala de cuervo. Por eso le pusieron el cerro de la calavera. Los ancianos de las tribus contaban esta bonita leyenda a los jóvenes a manera de ejemplo de generación en generación, la que ha trascendido hasta nuestros días”, termino diciendo mi sabia abuelita.


            Baje aquel cerro de la calavera, alfombrado de conchas y caracoles y continué con mis pensamientos perdiendo la mirada en la inmensidad del mar....el cerro de la calavera y su leyenda.